Durante la vieja normalidad, antes de que el Covid pusiera todo patas arriba, entraban en Canarias cada día casi 45.000 turistas, una media diaria próxima a los 300 aviones aterrizando, descargando gente en los aeropuertos de Canarias. A pesar de eso, hablábamos con frecuencia de los problemas de conectividad de las islas, de los problemas del transporte aéreo, nos gastábamos una pasta gansa en campañas de promoción y asistencia a ferias y congresos del sector, y nos la pasábamos peleándonos con AENA para que se gastara parte de la pasta ganada a manos llenas en los dos grandes aeropuertos de Canarias en reducir tasas y ofrecer oportunidades a los operadores para mejorar nuestras condiciones de conectividad. Un esfuerzo en parte logrado –jamás habían estado las islas tan bien conectadas como en los años inmediatamente anteriores a la pandemia– con décadas de tesón, esfuerzo y buena planificación.
Hasta que a alguien se le ocurrió una fórmula infalible para mejorar nuestra conectividad, aumentar el control canario sobre el transporte aeronáutico y traer más turistas a Canarias. ¿La fórmula que habría de cambiar para siempre el modelo turístico, acabar con el control de los touroperadores sobre los precios hoteleros y poner en manos isleñas el transporte aéreo? Muy sencillo: crear una compañía aérea entre diez hoteleros, a tanto cada uno, pedir 700.000 euros de subvención al Cabildo de Tenerife y otros 700.000 al Gobierno, comprar un avión, y abrir una ruta para el transporte de pasajeros entre Tenerife y Vigo. Transportar entre 300 y 400 turistas diarios, si se conseguía que el avión no pasara en hangares ni un solo minuto al día, ni para revisiones. Sería el inicio de la gran transformación del turismo canario.
El Gobierno, que también iba a subirse al carro de esta portentosa aventura, por iniciativa de Antonio Olivera, viceconsejero de la Presidencia también abducido por la iniciativa, se descolgó con rapidez. Y así seguimos, a la espera de que el Cabildo se desdiga.
Mientras eso ocurre, y por si acaso cuela, voy a convencer a un par de colegas y montarme con ellos una pensión. Le pondremos de nombre ‘Canary Palace Guesthouse’, y voy a pedirle al Cabildo medio milloncejo de euros a cambio del 30 por ciento. Voy a preparar un spot en redes explicando nuestra intención de cambiar para siempre el viejo y obsoleto paradigma del modelo alojativo en las islas, expulsar a los mallorquines (los aborígenes no debieron dejarles entrar en 1366) y recuperar el control de nuestra industria hotelera… Si me sale no esperen verme más pontificando por aquí.
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