FIRMAS Joaquín 'Quino' Hernández

OPINIÓN | El bar de Pepe | Yo también fui joven | Joaquín Hernández

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Aquella noche puse mi primer folio en la vieja Olivetti de mi padre y empecé a teclear.

Yo y mis circunstancias, mis vivencias y 17 años cargados de optimismo y ganas de todo. Barcelona era mi paraíso, mi ciudad y mi mundo, todo giraba en torno al trabajo al estudio y la diversión, ante todo esto último. Recuerdo la larga espera en la calle de Pelayo, en las puertas de La Vanguardia a la salida de los primeros ejemplares calentitos a eso de las 6 de la mañana, la luz de las farolas de la Plaza de Cataluña, con las palomas durmiendo, y mirando las tropecientas páginas de ofertas de empleo y seleccionando las más adecuadas.

Barcelona, Cataluña era el dorado, para el resto de los españoles era como “hacer las Américas” y en menos de dos años volver al pueblo con el 600 o el flamante 850 “Coupé”. Volver a Cataluña, especialmente en estos momentos, me parece trágico y pocas ganas tengo de hacerlo, me resisto a creer que aquella Barcelona generadora de empleo y la primera en acción social y solidaria, el principal motor de la económica, orgullo de propios y extraños está pasando miseria, miseria igual que el resto de los más miserables del Estado.

Aquella noche de mis 17 años empecé hacer mis pinitos de soñador de ilusiones, más cercano de la Luna que de la Tierra… más cercano de mi alma que de mis palabras y más cerca de mi libertad para expresar lo prohibido que de la tortura de las cárceles de opinión.

Ahora, a través de los años, la experiencia y lo bebido y vivido, observo lo que me rodea y me sorprende como el ciclo se vuelve a cerrar, es como avanzar, avanzar luchando contra todo el sistema que te quiere aplastar, que te somete y aprisiona ahogándote e intentar ganarle la partida y cuando crees que lo estás logrando vuelves a  empezar a perder nuevamente, y todo comienza de nuevo pero con menos ilusiones y ganas de luchar, como masoquista sometiéndote a los poderosos, dejas de revelarte y te apresuras a quedarte en un rincón a la espera de los acontecimientos, sin más deseos de que todo pase pronto.

¿Qué nos está pasando? ¿Estamos a un paso de que nos apliquen la “solución final” y no somos capaces de luchar, ya no por nuestras vidas, por los nuestros, nuestros hijos?

El poder se muestra a cada momento con más virulencia, las injusticias se justifican con la famosa frase de “daños colaterales”. ¿Qué mueren dos millones de viejos victimas de un virus de laboratorio producido por los chinos, a quien les importa? ¿Qué 1.400 familias dispongan del 80% de la riqueza de nuestro país, a quien le importa? ¿Qué el Club de los 6 dominen el planeta tierra y sean dueños del 90% de su riqueza, a quien le importa?

La pandemia del covid19 no solo está dejando muerte y secuelas físicas, las psíquicas serán más importantes de lograr curar, mucho miedo al presente, terror al futuro que se nos viene encima. Destruimos todo, no miramos más allá de la pelusa de nuestro ombligo, los valores morales dejan de existir y se convierten en modas difíciles de entender. ¿qué podemos exigir a nuestros jóvenes, si el ejemplo que le hemos dado ha sido el consumismo y nuestro egoísmo la constante en nuestras vidas? Pedirles el enorme esfuerzo de ponerse una simple mascarilla para evitar los contagios del coronavirus y arrinconar la pandemia, parece a todas luces un esfuerzo extraordinario que no están dispuestos a “sufrir”. Quedarse sin macro fiestas, botellones, reuniones de cientos de chicos y chicas, el ocio por el ocio juvenil no esta en la agenda de nuestra juventud. Pese a las noticias de rebrotes, pese a la crisis sanitaria y económica, pese a quien pese y, como se dice en Cataluña, peti qui peti, ellos, generalizando, los jóvenes españoles no están dispuestos a ningún “sacrificio”, ni siquiera para salvar la vida de sus abuelos.

Claro que yo empecé a trabajar a los 14 años y lo hice para pagar mis estudios y mi guitarra eléctrica, jugué con balones de trapo y un tren de madera. En aquellos años no había para más, comer era lo importante y para muchos un lujo un potaje de lentejas.

Daria algo por volver a tener 17 años y teclear en la vieja Olivetti de mi padre con la misma rabia e ilusión que luchaba contra el tirano dictador, con la misma ilusión que luchaba por un mundo mejor, por una vida mejor y un planeta solidario.

 

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