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LITERATURA | Hoy, Baudelaire y Wagner

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Por todas partes hay en esta música algo de arrebatado y de arrebatador, algo que aspira a ascender más arriba, algo de excesivo y de superlativo.

EBFNoticias | elmanifiesto.com | Elisabet García Rodríguez  |

¿Por qué la Literatura en páginas de El Manifiesto?
«¿Por qué poetas en tiempos de zozobra?» (Hölderlin)

(Aquí se explica.)

Carta de Baudelaire a Wagner

Viernes, 17 de febrero de 1860

Señor:

Siempre he imaginado que, por acostumbrado que un gran artista esté a la gloria, no sería insensible a una felicitación sincera cuando esta felicitación fuera como un grito de agradecimiento y que, en definitiva, este grito podría tener un especial valor viniendo de un francés; es decir, de alguien poco hecho al entusiasmo y nacido en un país donde apenas se presta más atención a la poesía y a la pintura que a la música. Ante todo, quiero decirle que le debo el mayor gozo musical que jamás haya experimentado. A mi edad, uno ya no se entretiene escribiendo a los hombres célebres y habría dudado mucho en testimoniarle por carta mi admiración si mis ojos no se tropezaran cada día con artículos indignos, ridículos, en los que se hacen todos los esfuerzos posibles por difamar su genio. No es usted el primer hombre con ocasión del cual he tenido yo que sufrir y avergonzarme de mi país. En fin, la indignación me ha empujado a testimoniarle mi reconocimiento. Me he dicho a mí mismo: quiero distinguirme de todos esos imbéciles.

La primera vez que fui a los Italiens a escuchar sus obras, lo hice bastante mal dispuesto e incluso —se lo confieso— lleno de malos prejuicios; pero tengo una excusa: me han embaucado tantas veces…; he oído tanta música de pretenciosos charlatanes… Usted me venció al instante. Lo que experimenté es indescriptible y, si me hace el favor de contener la risa, intentaré transmitírselo. Al principio me pareció que conocía aquella música y, al reflexionar más tarde, comprendí de dónde procedía este espejismo; me parecía que aquella música era la mía y la reconocía como cualquier hombre reconoce las cosas que está destinado a amar. Para quienquiera no fuese un hombre de talento, esta frase sería inmensamente ridícula, y más escrita por alguien que, como yo, no sabe música y cuya educación se limita a haber escuchado (con gran placer, es cierto) algunos hermosos fragmentos de Weber y Beethoven.

El carácter que, a continuación, me chocó principalmente en su música, fue su grandeza. Representa lo grande e impulsa a lo grande. Después he vuelto a encontrar en todas sus obras la solemnidad de los grandes ruidos, de los grandes aspectos de la naturaleza y la solemnidad de las grandes pasiones de los hombres. Uno se siente de inmediato arrebatado y subyugado. Entre los fragmentos más extraños y que me aportaron una sensación musical nueva, está el dedicado a pintar el éxtasis religioso. El efecto producido por la entrada de los invitados y por la fiesta nupcial es inmenso. Sentí toda la majestuosidad de una vida más amplia que la nuestra. Aún algo más: experimenté con frecuencia un sentimiento de una naturaleza sumamente singular: el orgullo y el gozo de comprender, de dejarme penetrar, invadir: voluptuosidad realmente sensual y que se parece a la de ascender por el aire o rodar por el mar. Y, al mismo tiempo, la música respiraba a veces el orgullo de la vida. Por regla general, estas profundas armonías me parecían como esos excitantes que aceleran el pulso de la imaginación. También experimenté, en fin (y le suplico que no se ría), sensaciones que se derivan probablemente del talante de mi espíritu y de mis frecuentes preocupaciones. Por todas partes

… algo de arrebatado y de arrebatador, algo que aspira a ascender más arriba, algo de excesivo y de superlativo

hay algo de arrebatado y de arrebatador, algo que aspira a ascender más arriba, algo de excesivo y de superlativo. Por ejemplo, y sirviéndome de un símil tomado de la pintura, imagino ante mis ojos una vasta extensión de un rojo sombrío. Si este rojo representa la pasión, lo veo acercarse gradualmente, a través de todas las transiciones del rojo y el rosa, hasta la incandescencia de la hoguera. Se diría que es difícil, imposible incluso, convertirse en algo más ardiente, y, sin embargo, una última onda viene a trazar un surco más blanco aún sobre el blanco que le sirve de fondo. Ahí está, si usted me lo concede, el grito supremo del alma elevada a su paroxismo.

Había empezado a escribir unas meditaciones sobre los fragmentos de Tannhäuser y de Lohengrin que escuchamos; pero hube de reconocer la imposibilidad de decirlo todo.

De modo que podría continuar esta carta interminablemente. Si ha podido leerme, se lo agradezco. Sólo me queda agregar unas pocas palabras. Desde el día en que escuché su música me digo sin cesar, sobre todo en los momentos bajos: si al menos pudiera escuchar esta noche un poco de Wagner… Existen, sin duda, otros hombres como yo. En definitiva, debería sentirse satisfecho con el público, cuyo instinto ha resultado bien superior a la mala ciencia de los periodistas. ¿Por qué no daría unos cuantos conciertos más añadiendo fragmentos nuevos? Nos ha hecho conocer el aperitivo de unos gozos desconocidos; ¿tiene usted derecho a privarnos del resto?…

Le reitero, señor, mi agradecimiento. Usted me ha restituido a mí mismo y a la grandeza, y además en momentos bajos.

CHARLES BAUDELAIRE

P. D.: No le adjunto mi dirección, no fuera a creer tal vez que tengo algo que pedirle.

NOTA

Baudelaire se refiere a los tres conciertos, celebrados en el Teatro Les Italiens  de París el 25 de enero y el 1 y 8 de febrero de 1860, en los que Wagner dirigió fragmentos de Tannhäuser y Lohengrin, así como la obertura de El holandés errante  y de Tristán e Isolda.

 

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