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OPINIÓN | Es real… | Francisco Pomares

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El miedo es más contagioso que cualquier virus, y ya ha comenzado a hacer estragos: en dos semanas, el Ibex 35 ha perdido cerca de la cuarta parte de su valor por el desplome internacional de los mercados, provocado por el temor al impacto del coronavirus en la economía. Ayer se produjo el tercer ‘lunes negro’ de las bolsas mundiales: el contagio económico del pánico, ha logrado infectar también el mundo del petróleo: el enfrentamiento la semana pasada en la OPEP entre Arabia Saudí y Rusia ha provocado una guerra de precios que ha dejado el barril de Brent en mínimos históricos?

El hecho es que la economía financiera se derrumba en todo el planeta, pese a las inyecciones salvajes de la Reserva Federal. Y que la prima de riesgo de los países vuelve a encabritarse sin control. Y que el motor económico del planeta -China- mantiene sus importaciones, pero reduce sus exportaciones en una quinta parte. Nadie sabe cómo podrá China hacer frente al endeudamiento de sus empresas, que -medido en relación con su PIB- duplica el de las empresas europeas y estadounidenses. La enfermedad ‘exportadora’ de China va a dejar al país exhausto y a sus corporaciones arruinadas, pero además, los impagos a los proveedores de materia prima -China importa casi todo lo que transforma en su potentísima industria- va a afectar muy gravemente a las economías de países emergentes como Brasil o la India.

No quiero parecer un desalmado: no me preocupan más los negocios que las personas, pero el colapso económico también mata -especialmente a quienes menos tienen- y el terror que está provocando ese colapso, no ha surgido de forma accidental de un mercado de animales salvajes o de una mutación inesperada e incontrolable. Es más bien fruto de una cadena de decisiones humanas egoístas y frívolas, cuando no perversas, y de un sistema que convierte la política en inacción camuflada por una sobreactuación permanente; la libertad informativa en derecho a la exageración, el espectáculo y la mentira; y la autonomía ciudadana en cobardía, desobediencia, insolidaridad y especulación.

Miles de personas se la están jugando todos los días para parar la propagación de una enfermedad de contagio exponencial, mientras nuestros dirigentes se niegan a aparcar un par de meses la búsqueda de beneficio político. Mientras millones de personas se resisten a las más mínimas normas de comportamiento solidario y práctico: no propagar mentiras que alimentan el miedo; no acaparar mercancías necesarias; practicar la higiene básica de lavarse con frecuencia las manos; no bloquear los servicios hospitalarios por molestias irrelevantes; no incordiar con quejas; ayudar a mantener la calma; explicar que la situación es difícil, pero que esto pasará.

La mala noticia es que esta crisis no es un juego de ordenador, ni un constructo virtual: no ocurre en las redes, es real, y hay por tanto que respetar que lo es, afrontarla con información y paciencia, tomársela en serio porque es seria, aprender a convivir con ella… La buena noticia es que jamás en la historia de la Humanidad se había sabido tanto de una epidemia y de cómo hacerle frente. Esta puede ser la primera pandemia domada por los hombres. Pero no lo será si no asumimos que estamos en guerra con una enfermedad peligrosa, y que no se ganan guerras sin disciplina y moral de pelea.

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