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OPINIÓN | Merkel mandó a parar | Salvador García Llanos

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Lo ocurrido en Turingia (Alemania), una región localizada al oriente del país, en los primeros días del presente mes, debe estar siendo tratado por analistas y estrategas con vistas al futuro político. También en España. Allí hablan de terremoto que sacudió a a la mismísima Angela Merkel y a su partido, la CDU. De pérfida maniobra, calificaron la decisión de elegir como gobernador a un candidato liberal, Thomas Kemmerich, merced a la entente operativa entre la extrema derecha germana (AdF), el Partido Demócrata Libre (FDP) y la democracia cristiana (CDU). Duró veinticuatro horas: la canciller no lo consintió y puso al desnudo su compromiso democrático: los votos de su formación no se prestan a componendas y menos con la extrema derecha para apuntalar a un gobernador de otro partido. Ahí no quedaron las cosas: Kemmerich tuvo que renunciar, Merkel le advirtió a la presidenta de su partido en la región, Annegret Kramp-Karrenbauer, elegida ya como su sucesora, que no podía continuar al no haber respetado sus parlamentarios la decisión previa de ámbito nacional de abstenerse y los brindis neofascistas se evaporaron. Por si fuera poco, Siguiente paso ante la evidente crisis: dimisión de Kramp y convocatoria de nuevas elecciones. La fractura institucional y partidista en Alemania es de las que hacen época.
Pero detengámonos en el comportamiento de la canciller Merkel que, sencilla y literalmente, ha impedido gobernar con los ultras. Sus críticos podrán reprocharle políticas neoliberales y decisiones económicas discutibles que inciden no solo en la estructura de su país sino en la Unión Europea (UE), pero nadie le puede discutir su compromiso democrático y su firmeza a la hora de respetar el funcionamiento de los sistemas y la defensa de las libertades. Ha hecho gala de ese compromiso con lo ocurrido en Turingia y debe ser valorado. Porque la democracia, en efecto, se acredita y se defiende con hechos.
Desde que los españoles decidieron recuperarla, hemos defendido una idea o un principio: la democracia tiene aristas débiles y, por consiguiente, hay que fortalecerlas cuando se evidencia la fragilidad. La convivencia plural debe tener unas reglas y todos tenemos que respetarlas. Puede parecer tajante pero no es menos certero: la democracia, para los demócratas. Habrá modelos distintos, concepciones diversas pero la Constitución es una y si se acepta como ley de leyes, se trata de cumplirla y hacerla cumplir. La democracia ha de garantizar el pluralismo, de acuerdo; pero si se aceptan las reglas básicas, hay que ser consecuentes en todos los terrenos pues, de no ser así, se menoscaba la pureza y la propia calidad democrática. Las ideas contrapuestas y hasta incompatibles no solo pueden ser admisibles pero han de atenerse a las normas y su sustento democrático. Hay actores políticos que abusan y se valen de los propios mecanismos normativos para producir quiebras y acceder al poder. Algo de eso ha sucedido en Turingia.
Pero llegó Merkel y mandó a parar. En Alemania lo tienen claro. Lo primero es lo primero: democracia. Menos mal.

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