FIRMAS Salvador García

OPINIÓN | Ejemplo para el fútbol y para el mundo | Salvador García Llanos

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De vez en cuando el fútbol nos regala un episodio épico, tan escurridizo (con permiso del poeta) “que hay que andarlo de puntillas, por no romper el hechizo”. Y no hay gol ni una parada ni un remate inverosímil ni un taconazo ni un pase de tiralíneas. Es un sentimiento de pueblo, de espectador, que entraña emoción, aún sin darse cuenta.
Es cuando el fútbol se convierte en un grito unánime, en una expresión coral, afinada sin apenas ensayo. Fútbol sin distingos de clases sociales que se rebela contra la injusticia, contra la exclusión, contra cualquiera de esos males que desvirtúan la nobleza deportiva, la naturaleza pura de los contendientes, de su esmero competitivo.
Y es entonces cuando eclosiona el espíritu de los valores reservado para las grandes ocasiones, para distinguir a una afición y a pueblo identificado, que tiene hambre de Primera División y por eso se luce con comportamientos edificantes que lo distinguen.
El fútbol convertido en un canto contra uno de esos males que recorre la sociedad europea de nuestro tiempo. Fútbol versus racismo. No al racismo. ¿Por qué el racismo, en cualquiera de sus fórmulas, tiene que fastidiar la aspiración de victoria, el puro desempeño deportivo? Sigamos preguntando: ¿tiene que soportar un jugador de color, que juega en un club histórico que un día ganó tantos adeptos porque era el único que alineaba once españoles, los insultos, las vejaciones y los cánticos indubitadamente racistas y excluyentes?
Los graderíos, de pie y al unísono en el minuto 9 -el número de dorsal del futbolista- desplegando el mensaje. Que no, que el fútbol no está concebido para eso. NO AL RACISMO, en mayúsculas. Que aprendan quienes se conducen con esos criterios, quienes se manifiestan irrespetuosamente. En las gradas, en los espectáculos o en las tertulias audiovisuales que se autodenigran, claro.
Fue una lección de nobleza deportiva. Complementada por la ovación dirigida cuando se marchaba al vestuario quien había batido dos veces la portería del equipo cuya afición homenajeaba sin reservas, interpretando lo que todos quisieran que se interpretara en un escenario deportivo. Pero también de cualquier otra naturaleza. Como ocurrió con los italianos en Emilia Romagna, Bella ciao, la flor del partisano.
Un futbolista que se marchó y se mostró agradecido. Inolvidable momento, singular episodio. Esa noche ganó el fútbol, la otra épica, el poderoso y profundo sentimiento del respeto. Una afición que escribió con letras de oro su conducta y acalló los gritos de descalificación, que acreditó su madurez y que protagonizó con derecho propio los fundamentos de los valores.
De verdad, un ejemplo para el fútbol y para el mundo.

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