FIRMAS Joaquín 'Quino' Hernández

OPINIÓN | El bar de Pepe | Canarios en pateras | Joaquín Hernández

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Cuando algunos canarios vemos acercarse a nuestras costas una patera hacinada  de gente de raza negra, prácticamente desnutridos,   deshidratados y al borde de la muerte, muchos de nosotros recordamos a nuestros antepasados que prefirieron perder la vida en un barco a velas con la consigna de llegar a Venezuela, antes que rendirse a la evidencia de la pobreza y miseria de su familia. Esta es la historia de una de las muchas “pateras” que partieron de Canarias para cruzar el Océano Atlántico en busca de El Dorado venezolano
En 1950, 171 personas partieron de Valle Gran Rey a bordo de un pequeño velero llamado Telémaco, buscando una prosperidad que su tierra natal les negaba

Probablemente, esta historia sea como la de tantas otras que se han sucedido a lo largo de los tiempos. Pero tiene un significado especial para los canarios. Fue como el cierre de una etapa aciaga, de un tiempo oscuro de desesperación y miseria, de un andrajoso devenir marcado por la represión y el racionamiento.

Hablo también de La Gomera, porque fue desde Valle Gran Rey desde donde 171 personas se embarcaron en un viaje que nació con la esperanza e ilusión al son de folias y terminó, en su gran mayoría, en la isla de Orchila (Venezuela), hacinados como ilegales junto a ganado.

Corría el mes de agosto de aquel año de 1950. El ‘Telémaco’, un velero de 27 metros de eslora y 6 de manga, zarpaba de la costa sur de La Gomera rumbo a Venezuela con 171 ilusiones a bordo. Cada pasajero pagó por este viaje entre 3.000 y 5.000 pesetas de la época: una auténtica fortuna prácticamente imposible de pagar teniendo en cuenta que un jornalero podía ganar una media de 15 pesetas diarias.

Pero esto no fue impedimento para logar el objetivo final: buscar la dignidad de una vida que de manera forzada les había sido negada en su isla de nacimiento. A bordo estaba también una joven, la única fémina del grupo: Teresa García Arteaga, la Dama del Telémaco. Entre sus recuerdos, narrados en una entrevista en 2007, Dª Teresa, entre lágrimas, exponía: «Jamás imaginé que iba a pasar algo semejante. No se lo deseo a nadie. Aquel huracán, las olas que metían el agua por todos lados, el barco que parecía una cuna en un terremoto, la gente toda apretujada rezando en la bodega…  Y luego el hambre, la falta de todo, la incertidumbre, el no saber si íbamos a sobrevivir».

Efectivamente. Este viaje, este éxodo clandestino, terminó siendo un descenso a los infiernos. Dos temporales sembraron el pánico entre los 171 pasajeros y la tripulación. Entre los días 25 y 28 de agosto se temió lo peor. Las grandes olas que azotaron al navío se llevaron consigo gran parte de los alimentos. Pero eso no era lo peor: lo más grave es que también se llevó el agua, lo mínimo necesario para vivir. En su caso, para estas personas condenadas al exilio obligado, el mar se llevaba también lo necesario para sobrevivir.

Varios días moribundos, famélicos, casi sin nada que echarse a la boca hasta que el día 30 divisaron a lo lejos a un petrolero español, el ‘Campante’, quien lejos de socorrer su necesidad y recogerlos, se limitó a lanzarles agua potable y arroz. Supongo que menos era nada, pero para aquella gente, aquel gesto tuvo que haber sido extraordinariamente duro. Pero al menos, para unas jornadas, su supervivencia quedaba garantizada.

Cuando ya parecía que nada tenía remedio, que el fin llegaba, allí, en el horizonte, el 10 de septiembre, asomó el faro del Roque del Diamante, al sur de Martinica.

Su suerte había cambiado. Andrajosos y moribundos, estos héroes del éxodo fueron recibidos con tal calor humano que nunca podrán agradecer tantas atenciones. «Entonces apareció a lo lejos Martinica, el milagro de Martinica», recordaba Teresa García. Agua, víveres, descanso, provisiones. Regresaron a la vida cargados de alimento, sí, pero también de renovadas ilusiones con la mirada puesta en Venezuela, su destino final.

Seis días más tarde su sueño estaba más cerca. Ya divisaban La Guaira, puerto que siempre fue la entrada y salida a este país. Alguno, quizá sabiendo lo que les esperaba, se lanzaron al mar para huir de los controles, pues al no tener papeles temían una repatriación. Volver a enfrentarse a aquel viaje… No, de ningún modo lo harían. Sin embargo, algunos viajeros sí fueron repatriados. Otros, permanecieron de manera ilegal en Venezuela.

Unos 130 de aquellos pasajeros fueron llevados a la isla de Orchila y se reunieron allí con decenas de paisanos que, como ellos, cruzaron el charco en busca de prosperidad. Cerca de este lugar había una central dedicada a la plantación y transformación de azúcar. Muchos trabajaron en ella e hicieron dinero. Otros se buscaron la vida y prosperaron en esta tierra que se convirtió entonces en su nuevo hogar. Casi 70 años después, la odisea del ‘Telémaco’ sigue presente entre nosotros.

(*) En homenaje a mi querido y añorado suegro D. Daniel Vera León (q.e.d) uno de los héroes del Telémaco y un excelentísimo hombre bueno.

 

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