FIRMAS Salvador García

OPINIÓN | Ocurrencias y recursos de campaña | Salvador García Llanos

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Pues esta campaña electoral que ya ha cruzado su ecuador será recordada como la de las extravagancias a la hora de difundir los mensajes. Y por el tratamiento que algunos medios nacionales han dedicado a una moda que brotó a partir del propósito de ser originales llamando la atención. Hasta la célebre hora menos en Canarias ha sido incluida en ese proceso a las ocurrencias, por supuesto en clave satírica o de humor, como procedía.

Demasiado tentadora la oferta de acceder tan fácilmente a la inmensidad de los recursos digitales o tecnológicos como para deesaprovecharla. Si hace tan solo cuatro décadas, en los partidos políticos se las veían y deseaban para hacer acopio y utilizar rudimentarios recursos de campaña (vimos funcionar multicopistas y confeccionar pancartas con sábanas, plantillas y telas repintadas; hasta las primeras prácticas de reciclaje), ahora hemos sido espectadores de reclamos insólitos en forma de grabaciones videográficas, eslóganes y otros soportes que han confluido en una suerte de esperpento difícil de digerir. En contraposición, algunos partidos han preferido ajustarse a los convencionalismos y poner en marcha una reacción de indiferencia o de crítica de perfil bajo y displicente cuando advirtieron cierto impacto.

El caso es que, amparándose en una suerte de llamar la atención aunque sea disparatado, son unos cuantos quienes han cedido a la tentación. Da igual subirse en parapente (con los riesgos físicos que eso conlleva) que corear (bailando, si es menester) alguna melodía pegadiza con letra para la ocasión. Y si no se quiere ritmo ni movimiento, pues nada, siempre habrá algún juego de palabras para llamar la atención y dejar abiertas las ventanas de las interpretaciones.

Los partidos y los candidatos en liza son muy libres, por supuesto, de escoger los métodos y los soportes que quieran. Solo los ganadores dirán luego gracias al lema, al ‘fotocartel’, a la cuña o al video de campaña. Los demás tendrán el consuelo moral de haber recibido estímulos y plácemes que pronto engrosarán el olvido de la intrahistoria partidista o de campaña.

Pero quienes han preferido las probaturas y lanzarse sin vergüenzas ni reparos al universo digital, acaso obnubilados por las moderneces y contribuyendo al lado lúdico de la política, por no decir a la ‘fiestita’ en que la han convertido (donde todo vale), ya deben ir reparando (si les queda un resquicio de autocrítica) en que algunas de estas cosas no favorecen la democracia ni siquiera a los candidatos. Esa idea, la batalla o la campaña se libra ahora en las redes, ha sido asimilada con un simplismo o una superficialidad preocupantes. Claro que hay que estar en las redes pero ya que se accede, hay que hacerlo bien. Son muy pocos los casos en que se puede ver a un candidato o a una candidata explicar en cuarenta y cinco segundos, sin necesidad de disfraz ni aditamentos o de fondo paisajístico deslumbrante, un objetivo prioritario de su oferta programática.

Los destinatarios de los mensajes y los primeros votantes (el sector joven de la población vuelve a ser determinante en estos comicios) quieren hechos, no efectismos ni frivolidades. No estamos ante un ejercicio de voluntarismo, so pena de incurrir en ridículos. Por tanto, es absolutamente indispensable (más que recomendable) rodearse de creativos y expertos en comunicación que sugieran y maduren iniciativas las cuales sustancien el mensaje político. Si es tan fácil elaborar un producto llamado a circular a notable velocidad y a despertar el interés de propios y extraños, hay que ponerse en la fase anterior del itinerario, en el rincón de pensar y generar las esencias de lo que se quiere hacer y transmitir, en función de valores y objetivos. Y luego, hay que situarse en el día después, esto es, valorando lo que se ha dicho, lo que se ha escrito y lo que se ha grabado.

Por lo demás, que medios nacionales nos tomen con humor y deslicen sus sarcasmos con algunas de estas realizaciones es lo menos importante. Contrastar con las de otras latitudes sirve para acreditar que no somos los peores.

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