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OPINIÓN | Huir a Venezuela | Marisol Ayala

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Los que no nos conocen bien no sabrán nunca lo que Venezuela significa para los canarios, lo que queremos a ese país, a su gente y, sobretodo, lo que nos duele su dolor, su agonía y su llanto. No hay familia en Canarias que no tenga vinculación sentimental con la Octava isla, que no tenga reservado un lugar en su corazón con la luz encendida y el hombro de guardia. Así que escribir hoy de la querida Venezuela es hacerlo con un nudo en la garganta. La confusión y la incertidumbre que nos llega tiene la vigencia del instante y poco más. Juntar estas letras es recordar a familia y amigos testigos ayer y hoy de caos al que los malos gobernantes y sus cómplices han condenado a la rica Venezuela. Hablo de aquella familia, la mía, los Suárez Ojeda, Carmina y Pepe Blas, un matrimonio canario, digno, joven que a finales de los cuarenta vivía en la España negra y la Canaria más negra aún, metieron a sus hijos, mis primos, Alicia, Pepe Blas, Mari Carmen y Juan Daniel en un carguero y llegaron a La Guaira después de una travesía infernal. Con la vida en bultos, exhaustos, pisaron la tierra que marcaría sus vidas. El papá viajó primero para abrir camino.No he dicho que mi tío era socialista lo que complicaba su estancia en la España de Franco. En Las Palmas GC ayudaba a los socialistas perseguidos. Hablamos en torno a1948.

En el patio de casa contaba cómo en su vivienda de Ciudad Jardín se reunía amigos del partido para escuchar emisoras clandestinas hasta que un día fueron conscientes de que el peligro era real y emigraron. Tío Pepe estaba en el punto de mira. Allá prosperaron porque se dejaron la piel trabajando de sol a sol; tía Carmen trabajó en una cadena de máquina de coser y tío Pepe, un buen gestor, en La Cruz Roja. Esos dos seres maravillosos enviaban a su familia canaria la ayuda qué podían. Pasados los años venían de vacaciones y todos soñamos con esos días. Comidas familiares, tertulias, paseos y las hermanas, mi madre, tía Carmen y tía Lola hablando y riendo, pisándose las palabras.

Todos idealizamos Venezuela y con los años algunos la conocimos pero ya no era el país soñado, ni la familia era lo que era. Algunas bajas se hacían muy presentes.

Hoy podría haber escrito un tocho del entramado político del país pero no. Quería recordar a los míos que son los de todos.

Fuente: Blog de Marisol Ayala

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