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A babor | Adelanto andaluz | Francisco Pomares

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Susana Díaz esperó hasta el minuto final para anunciar el adelanto de la convocatoria de elecciones en Andalucía, un adelanto que impide que las elecciones regionales andaluzas coincidan con las legislativas españolas. Podía haber anunciado la convocatoria de elecciones hace ya unos cuantos días, pero prefirió agotar el calendario para que sea inevitable que se produzcan en solitario. Ni siquiera queriendo -que no es el caso- podría Pedro Sánchez juntar ambos comicios, porque ya no hay tiempo material para ello. Díaz se enfrentará al escrutinio de los suyos sin tener que medir por segunda vez su voto con el voto a Sánchez. De ahí el retraso en anunciar una decisión adoptada hace ya algunos días y sin duda inevitable.

En las últimas dos elecciones andaluzas -en 2012 y 2015-, el PSOE se enfrentaba a una sangría de votantes defraudados, primero castigados por la crisis y las torpezas de la etapa Zapatero, y después por la invasión del espacio socialista por Podemos. Pero ahora, tras la moción de censura a Rajoy y la formación del Gobierno de Sánchez, los sondeos pronostican una tibia recuperación del voto al PSOE. La cuestión es anticiparse al probable deterioro de esa recuperación, tras las muestras de agotamiento del Gobierno de su competidor en las primarias. Díaz tenía la posibilidad de surfear la inflexión del voto socialista si no retrasaba demasiado el adelanto de las elecciones y eso es lo que ha hecho. Se enfrenta, en todo caso, al riesgo de un creciente desgaste del Gobierno, y a la posibilidad de que el empecinamiento de Sánchez en su política de apaciguar a los independentistas, pase factura al PSOE andaluz. Por eso Susana Díaz no podía retrasarse más.

De momento, Díaz tiene las encuestas moderadamente a su favor, aunque en un escenario muy cambiante. Tiene a los votantes socialistas aun resistiendo la aluminosis de un Gobierno de conveniencia que va a ser incapaz de sacar los presupuestos adelante, de derogar la reforma laboral o de meter en cintura la rebelión catalana, un asunto que a los andaluces (como a tantos españoles) les dispara la bilirrubina. Tiene Susana Díaz la suerte de que Podemos haya renunciado tácticamente a la beligerancia contra el PSOE, con Pablo Iglesias convertido en muñidor del Gobierno de Sánchez. Y también de que el PP y Ciudadanos estén enfrentados en una lucha a muerte para ver quién gana en Andalucía. Esa pelea aleja del escenario la opción de un Gobierno conservador, que probablemente no llegue a sumar. Son todas situaciones que -en el peor de los casos- contribuyen a que la actual presidenta andaluza pueda jugar el rol de «primus inter pares» en una futura negociación para decidir el Gobierno.

Díaz, heredera natural del socialismo felipista, presume de ser socialdemócrata. No es que sea una definición muy cotizada en estos tiempos en los que la ultraderecha se organiza en todo el mundo y gana terreno a las fuerzas democráticas. Pero si ser socialdemócrata en Andalucía quiere decir algo, eso es que -si los resultados lo permiten-, Díaz preferirá volver a buscar acuerdos con Ciudadanos, antes que con los anticapitalistas de Podemos. Otro rasgo que la hace diferente de Sánchez.

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