La política avanza ritmo de vértigo. Antes no dimitía nadie y ahora hasta se cruzan apuestas en redes sociales para determinar en qué momento se va a consumar la decisión. Apenas pasaron tres horas desde que el presidente anunciaba que la dimisionaria ministra de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, Carmen Montón, iba a seguir el excelente trabajo que estaba haciendo, y ésta le presentaba su dimisión. Y pocos minutos desde que la hacía pública hasta que se conocía el nombre de su sucesora: María Luisa Carcedo, quien ejercía como alta comisionada para la pobreza infantil. Crisis abierta y cerrada en cuestión de horas.
Nada que ver, pues, con tiempos en los que se mareaba la perdiz y se daba opción a las justificaciones más retorcidas para superar el trance. Entonces, los socialistas, con Pedro Sánchez a la cabeza, pusieron el listón muy alto y ahora no podían desdecirse. ¿No querían regeneración? Pues tomen dos cabezas ministeriales. Ocurrió con Máxim Huerta, ex ministro de Cultura; y sucede con Montón. En el estrecho margen de cien días: a Carmen Montón apenas le dio tiempo de saborear un logro: la aprobación de la asistencia sanitaria universal.
Estos son los derroteros políticos de esta etapa reciente: la gente no perdona -aunque sea relativo afirmarlo- y presiona para acabar con comportamientos inapropiados, con incumplimientos éticos y con hechos que comprometen seriamente la credibilidad de quienes los protagonizan. Y es relativo por esa proclividad a ser más tolerantes con políticos conservadores, en tanto que a los de izquierdas, aparte de otras exigencias, se les quiere tiesos e impolutos.
Han sido, en efecto, muchos episodios raros, irregulares, oscuros e inconsecuentes que han abierto malestar, protestas y desafección hacia la política. Ahora, se está viendo, hasta la hoja de servicios o el currículum son una tentación para que que alguien hurgue y filtre hasta descubrir la mácula que, si no es puesta negro sobre blanco, da lugar a decisiones drásticas e irreversibles.
¡Ah! Y en el caso de Montón se vuelve a probar que, si no se tiene seguridad y no se dispone de todos los recursos, es preferible no argumentar en las horas siguientes al descubrimiento pues van apareciendo nuevos elementos que complican el relato. Todo se enreda y entonces es más difícil, por no decir imposible, tratar de refutar las imputaciones. Recuerden que con todo lo acumulado la incomprensión se torna en intolerancia. A ritmo de vértigo. En cien días. ¿El verdadero cambio? ¿La recuperación de valores y de la ética en política? ¿Un nuevo tiempo democrático? Estamos viviéndolo.
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