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Lola Flores en Sagasta | Marisol Ayala

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Viendo la serie de TVE “Lazos de sangre” en la que recuerdan pasajes de familias que son leyendas de nuestro país me entretuve, como entretienen y cautivan siempre Los Flores. Es decir, todo lo que se mueve en torno a Lola Flores es un chute de vida. Una familia que siendo como han sido alegría, arte, vitalidad, han sufrido tragedias de las que se han levantado agarrándose con fuerza titánica al concepto de familia que tienen. Una piña.

Cuando Antonio Flores decidió que fallecida su madre nada se le perdía por aquí abajo Los Flores tomaron lo que ellos reconocen como una decisión que les salvó vida, les salvó de la tristeza. La casa familiar se hacía grande y el corazón se encogía. Quedaban Antonio padre, Lolita y Rosario para llorar ausencias pero siendo como eran mujeres jóvenes, apaleadas por la vida en un corto espacio de tiempo, tuvieron cabeza para iniciar una convivencia juntos.

Es decir llenar la casa familiar con las gotitas de alegría que les quedaba. Allí montaron su cuartel general y allí viven. “La casa se llenó de niños y entre todos subimos las cortinas y poco a poco entró el sol”, escuché a Lolita. La inteligencia para manejar las adversidades es un arte y a Las Flores arte les sobra. “Cuando mi hermano se fue decidí morir, matarme…”. Pero la llegada de un bebé ocho meses después le puso alas a su vida y ordenó las fichas de su cabeza.

Así que viendo el jueves Lola rodeada de los suyos recordé un curioso encuentro con ella en la trastienda de un bazar de Sagasta. Tengo fotos sin fechas.  

Sabía que Lola Flores actuaba en Las Palmas de GC así que había que ir al aeropuerto a tratar de sacarle unas palabras. No abrió la boca. Lola viajaba con una tropa tan numerosa que era imposible abordarla sin llevarte un zasca de la época. ¿Plan B?, seguirla al hotel. Eso hicimos.

De pronto el taxi de Lola aparcó en la calle Sagasta, bajó en medio de un pequeño tumulto y entró en una tienda. La seguí discretamente y mientras Lola entraba en la trastienda del comercio, algo parecido a un probador, giró la cabeza y me invitó a entrar con gesto cómplice.

Allí, mientras se ajustaba las medias y hablaba con mil personas a la vez, la entrevisté. Yo no daba crédito. Creo que debió hacerle gracia la osadía de una chiquillaja mordiendo un boli que pretendía entrevistar a La Faraona.

Casi nada.

Fuente: Blog de Marisol Ayala

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