FIRMAS Salvador García

Vertidos | Salvador García Llanos

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El pueblo tinerfeño se merece una explicación, claro que sí, inclusiva de cómo tiene que comportarse, en plan didáctico y tal, para poner freno a la que es una auténtica calamidad pública: cincuenta y siete millones de litros de agua sin depurar se vierten al mar diariamente. Pero las administraciones competentes y las compañías especializadas, las que cuidan -un suponer- de ciclos integrales del agua, de tratamientos y depuración de residuales, de redes de saneamiento, tienen que participar activamente, primero con auditorías públicas, sometidas a control y exámenes transparentes, y luego con actualización y mejora de tecnología y recursos para contrastar si es posible esa cantinela de optimizar los rendimientos. Que para eso cobran.
 
El pueblo tinerfeño se merece una explicación de lo que está pasando, de las consecuencias y de lo que hay que hacer en el futuro para frenar el agravamiento de esta situación. Si el problema de la movilidad o de las carreteras es importante, el de los vertidos directos al mar, con un efecto contaminante demoledor, no lo es menos. ¿Qué ocurre? Que el primero, tantos coches, tantos atascos, es visible; y el otro, subsuelo, submarinismo, no. Pero ya hay playas que se cierran -aunque la aparición de microalgas se deba más bien al cambio climático- y proliferen las campañas de limpieza de fondos marinos para sentirnos todos avergonzados. Le estamos haciendo un daño al mar, a la naturaleza, inconmensurable. No puede ocurrir que se siga hablando de sol y playa o que se presuma de inigualables zonas de litoral cuando sistemáticamente los vertidos se convierten en una agresión. Silenciosa e invisible (cada vez menos) pero nociva, muy nociva.
 
Cargos públicos de la formación ‘Podemos Sí se Puede’ dieron a conocer recientemente unos registros sonrojantes. Están avalados por la viceconsejería de Medio Ambiente del Gobierno de Canarias y la Universidad de La Laguna. A los cincuenta y siete millones de litros enviados sin depurar, hay que añadir, según un censo disponible, que en Tenerife hay ciento setenta puntos donde se vierten al mar aguas residuales, de los que ciento veinte carecen de autorización para hacerlo. Esto implica que en la isla solo se vierten algo más de dos millones de litros de agua correctamente procesada mientras que el noventa y seis por ciento del total incumple la directiva europea que rige en este ámbito. Muy preocupante.
 
Hasta el punto de concluir que algo hay que hacer. Pero ya. La desidia en esta asignatura, por parte de todos los organismos y los actores sociales, es cada vez más contraproducente. Porque equivale a un aumento de la contaminación que significará un duro golpe a las condiciones de vida de los habitantes y a las de disfrute de millones de visitantes. Un bien tan preciado merece otro comportamiento de responsables institucionales. La situación ha desbordado la capacidad de respuesta. Pasa el tiempo y no se ve reacción alguna. Al contrario, nuevas leyes para explotar más el suelo. O sea, más servicios. Pensemos, simplemente, en eso: en que la capacidad de carga no es infinita.

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