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Tres películas basadas en novelas de Ed Bunker. Por Eduardo García Rojas

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Los escritores con pasado criminal tienen tirón en el mercado. La historia no es nueva ya que viene de atrás. Algunos de estos tipos se hicieron millonarios contando sus experiencias como ladrones tenaces, Henri Charrière lo hizo con Papillón o malvivieron de sus historias policíacas con la intención de enterrar un pasado muy turbio. Pienso en el escritor José Giovanni, uno de esos hampones de derechas que se cebó mientras duró la ocupación de la Alemania nazi en Francia.

Pero calidad como escritor, el saber mostrar la rabia de vivir que tienen los que se han curtido en las cloacas, es una característica en la literatura de Edward Bunker, un delincuente que como escritor se ganó su puesto en la sociedad mostrando cómo vive y cómo son esos ejemplares al margen de la ley.

Las novelas de Bunker, no dejó muchas, seis más un libro de memorias, son relatos de una huida hacia adelante extremadamente amargas y protagonizadas por personajes con pasado equivocado y adictos la mayoría a cualquier sustancia. Hombres, porque el universo Bunker es extremadamente masculino, que conocen mejor la cárcel que la calle, y que en libertad intentan abrirse paso en ambientes  que los tolera pero que los mira con sospecha. Eso los empujará a volver a ser lo que fueron, a delinquir para sobrevivir.

Es la crónica desesperada de los que viven el día a día, para los que no existe futuro sino solo un presente depredador y tremendamente malvado. Sin alma.

Las novelas de Edward Bunker están editadas en España por Sajalin, lo que incluye sus memorias que, previamente, publicó Alba Editorial con el título de La educación de un ladrón, relato en el que narra como terminó siendo guardaespaldas de uno de los grandes magnates de Hollywood y sus primeros pasos en el mundo del cine.

Bunker trabajó en el cine, donde además de escribir guiones como El tren del infierno, hizo pequeños papeles como actor. Para el cine adaptó también varias de sus novelas, aunque los resultados fueron muy desiguales.

Libertad condicional (Ulu Grosbard, 1978).- Protagonizada por Dustin Hoffman y Theresa Russell adapta No hay bestia más feroz y continúa siendo la mejor película basada en una novela de Edward Bunker. Profunda y directa, expone el retrato de un criminal que, recién salido de la cárcel, y no ver futuro, vuelve a robar bancos. El filme respira cierto espíritu fatalista muy de los setenta así como una estética muy de aquellos años. Merece mucho la pena volver a verla o descubrirla si se da el caso.

Animal Factory (Steve Buscemi, 2000).- Se trata de una rareza. Rareza porque la dirige y es uno de sus actores protagonista, Steve Buscemi. También porque acertó en su reparto, que forma gente como Willem Dafoe, Tom Arnold y Edward Furlong. También  Mickey Rourke, que interpreta a un preso travestido y que pone el espíritu “femenino” al mundo cerrado de una cárcel masculina. Animal Factory no mantiene el tono sin embargo a lo largo de toda la cinta, aunque sí que resulta realista su mirada sobre un mundo violento donde solo sobreviven los más fuertes. Relato de iniciación, aunque todas las novelas de Bunker son de una u otra manera iniciáticas, Animal Factory tiene chispa pero su fuego no es suficiente para encender la pantalla.

Como perros salvajes (Paul Schrader, 2016).- Reunía todos los elementos para  provocar un incendio. Por un lado, se combinaba el desprecio de Bunker y el cine  con aureola de redención de Paul Schrader, un cineasta que cuenta con excelentes películas cuando no se la va el baifo y se pierde por los cerros de la fe calvinista. Como perros salvajes, aunque el título original es Perro come perro, funciona a ratos laaargos y no ayudan a animarla Nicholas Cage y Willem Dafoe que vuelve a repetir en una película basada en una novela de Edward Bunker, aunque sí que está muy bien Christopher Matthew Cook, un tipo con un físico imponente. La película trata sobre la amistad entre bandoleros, otro tema recurrente en las novelas del escritor, y sobre la traición. Cuenta, no obstante, con un final kitch y religioso de pena.

Saludos, ¡viva el señor Azul!, desde este lado del ordenador.

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