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Turismo sostenible. Por Salvador García Llanos

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La Organización de Naciones Unidas (ONU) ha declarado 2017 Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo. No sabemos, tal como evolucionan las cosas en el tablero internacional de las grandes potencias, cómo será el turismo del futuro; pero si de tal Declaración se desprenden políticas y acciones que sirvan para tomar conciencia de que ese sector productivo debe ser cultivado o mimado, principalmente en todo lo que concierne a respetar el medio ambiente y cuidar con sensibilidad la cultura y el conjunto patrimonial, habrá que aceptarla, como mínimo, para contrastar que no todo son récords y cifras que robustecen el negocio turístico.

La aclaración es inevitable porque ya imaginamos al profesional más o menos experimentado preguntándose ¿para qué sirve eso?

Pues debe servir, teóricamente al menos, para tomar conciencia. Si interpretamos la definición de turismo sostenible que hace el director de esta rama en el seno de la Organización Mundial de Turismo (OMT), Dirk Glaesser, es para actuar con la máxima seriedad. Dice que es “el turismo que tiene plenamente en cuenta las repercusiones actuales y futuras, económicas, sociales y medioambientales para satisfacer las necesidades de los visitantes, de la industria, del entorno y de las comunidades anfitrionas”.

Pero la sostenibilidad en el turismo llega aún más lejos. Dice el mismo Glaesser, ajustándose al concepto de sostenibilidad más asumido, que “el turismo sostenible no debe ser considerado como un componente separado del turismo ni como un conjunto de productos de nicho. Debe ser visto como un proceso a través del cual el sector trabaja para minimizar sus impactos negativos sobre la sociedad y el medio ambiente, manteniendo al mismo tiempo el crecimiento económico”.

Es lo que deben tener en cuenta empresarios, profesionales, trabajadores del sector y, si nos apuran, hasta incluiríamos a los habitantes de los destinos turísticos, cualquiera que fuese su especialidad. En Canarias, ya se sabe, territorio fragmentado y limitado. Si no hay conciencia de ello -y tal como se deduce de algunas declaraciones públicas en las vísperas y en la tramitación de nuevas leyes que afectan a su desarrollo y ordenación, todo da a entender que se quiere volver al ladrillo y tente tieso- es que no hemos escarmentado con ofertas sobredimensionados y productos cuyos estándares de calidad son muy difíciles de mantener.

Recordemos, aquí aludido, el caso del verano pasado en Menorca de cuya capacidad de resistencia de la carga de afluencia turística se duda con toda crudeza. Y eso que allí priman los criterios de estacionalidad.

Lo dicho: hay que esmerarse en potenciar la eficiencia de los recursos y la protección del medio ambiente, sin perder de vista la incidencia del cambio climático. El turismo del mañana tiene mucho que ver con la diversidad y el desarrollo armónico de las fuentes que lo sustentan. A primera vista, todos tienen cabida y hay opciones para dedicarse, cada quien en su especialidad. Pero hace falta ser consecuentes con la teoría y con el respeto a los valores que, entre otras cosas, hagan posible que la naturaleza privilegiada lo siga siendo.

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