Ha sido el filósofo y pedagogo José Antonio Marina quien ha denunciado recientemente la confusión que se percibe entre información, opinión y publicidad en los medios de comunicación, un hecho habitual en el panorama mediático en nuestro país. Por mucho que se insista en la necesidad de diferenciar los conceptos, la propensión a invadir las coordenadas y saltarse la que debería ser una exigencia ética, al menos entre los profesionales, sigue siendo un hecho común: el debate, por tanto, sigue abierto.
El profesor Marina advierte de la conjunción de factores como la vertiginosa implementación de las nuevas tecnologías, los avances difícilmente contenibles de las redes sociales y el exceso de información y opinión como hechos a tener en cuenta para hacer ese ejercicio de diferenciación. Marina lamenta que “todo el mundo nos quiera dar su opinión como si fuera verdad (…), existe una glorificación de la opinión de cada uno, porque nos parece que eso es muy democrático”. Ahí estriba la confusión de la que hablamos.
¿Cómo despejarla, cómo combatirla? Claro que no es sencillo pero como consumidores, lectores, radioyentes o telespectadores, hay que intentarlo. Es cuando Marina se muestra tajante al reivindicar que la educación debería convertir la inteligencia en talento. Y habla de tener conocimientos suficientes y capacidad de evaluación ante la multiplicidad de mensajes que reciben. Solo así será posible tomar decisiones de forma autónoma y libre. El adecuado uso de las herramientas tecnológicas será, en ese sentido, primordial.
Ante la confusión, valentía; antes que resignación o dejarnos arrastrar por sus corrientes, para desaprender. El filósofo toledano recomienda adoptar “una actitud de escepticismo lúcido ante la realidad que nos trasladan las múltiples fuentes de información que tenemos a nuestro alcance”. Ese tipo de escepticismo obliga a ser críticos y a educarnos en medios.
Así de claro.
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