FIRMAS Marisol Ayala

Fallece a los 94 años Sor Petra, la monja de los pobres. Por Marisol Ayala

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Hoy ha muerto una buena mujer. Sor Petra Rodríguez una Hermana de la Caridad que en tiempos de penurias se echó a la calle a pedir ayuda para los vecinos más desamparados de las Palmas de Gran Canaria. Entregó su vida a los más necesitados. Lean la historia de la Admirable Sor Petra. Tenía 94 años.

Descanse en Paz.

La monja que vino de la guerra

Sor Petra Rodríguez Rodriguez acaba de cumplir 92 años, nació en Zamora en el seno de una familia muy humilde. Con 18 años sus padres la enviaron a la Inclusa de Madrid para que hiciera el noviciado en las Hijas de la Caridad y de paso paliar el hambre. Pero la guerra civil española la cogió de lleno y acabó junto a otras 15 religiosas en Astorga (León) en un hospital donde cuidaba heridos de guerra y les daba arrope a los “hijos de la guerra”, aquellos pequeños que, recuerda, “caminaban por las calles del pueblo sin tener nada. Pobrísimos”.

Sor Petra en las cocinas

Sor Petra en la cocina

Sor Petra llegó a Las Palmas de Gran Canaria en 1944 y de aquí no se ha ido. Toda una vida en el Colegio Nuestra Señora del Carmen. Quizás Sor Petra sea una de las últimas monjas españolas cuya edad y salud le permite relatar tal cúmulo de tragedias vividas que retrata a la perfección la España negra.

“Mis ojos han visto mucho, lo peor, pero ya ve usted; hemos sobrevivido”. Y se ríe. Sor Petra es menuda, un fueguillo que pasea por los pasillos del Colegio comprobando si todo está en orden es decir, luces apagadas, puertas cerradas y comedor en orden. Es de risa fácil pero a pesar de su sonrisa amplia y sonora y su capacidad para contarlo todo a la velocidad del rayo, de vez en cuando, al mencionar episodios muy duros de los que ha sido testigo cruza los brazos y se conmueve. Como si quisiera olvidar. Cuando la monja habla de sobrevivir ella es la que mejor representa el milagro en el que sucumbieron muchos en los años de miseria.

Nació el 7 de febrero 1922 en Zamora y justo 22 años después llegaba a Las Palmas de G.C. en un barco cuyo trayecto fue eterno, 12 días. Llegó en 1944 y lo hizo para quedarse. Sor Petra se preparó en enfermería y de hecho cuando llegó a la isla porque sus superiores la destinaron al Hospital de San Martín, lo hizo porque “hacíamos mucha falta para velar enfermos…algunos se morían siempre de noche…”. Es que “aquí no había otro hospital que el de San Martín en Las Palmas”. Usted ha visto de todo, hermana, le digo. “¡De todo! En la inclusa de Madrid donde estuve dos años con 18 o 19 años más o menos y veía como las pobres madres dejaban a sus hijos en el torno o en la misma puerta del convento; nosotros los recogíamos porque es que se morían de frio y de hambre”. Y ya en el Colegio Nuestra Señora del Carmen de Las Palmas o en el hospital de San Martin también vivió historias semejantes: “Era así, era así. En la puerta del colegio o en la de San Martín nos dejaban niñitos de todas las edades. Recuerdo a un bebé que lo abandonaron ahí fuera –señala la puerta de entrada del centro escolar, en Luis Morote- envuelto en papel de periódico, mire usted que cosa más terrible. Debe ser que su madre no tenía ni para una mantita, pobres, pobres…”. De pronto exclama Sor Petra con asombro que en la inclusa madrileña llegaron a tener a unos 1.300 huérfanos recogidos y en el colegio canario unos 800 que tampoco tenían a nadie: “Les dábamos de comer, los cuidábamos, y les enseñábamos a leer y escribir. Eso era mucho dolor, mucho, mucho… creo que hicimos una buena cosa con ellos porque amamos a los pobres y España estaba llena de pobres”.

La ultima entrevista, el ultimo abrazo.

La última entrevista, el último abrazo.

A veces Sor Petra se pierde en la conversación pero la retoma sin problema: “Mire usted; había noches que las monjitas nos levantábamos para ver cómo estaban los niños y veíamos a muchos chiquillos descalzos, perdidos en el convento, equivocados de cama, llamando a su madre o buscando a sus hermanos. Pobrecitos míos”.

Sor Petra dice en broma que ella es religiosa “de familia” porque entre todos hay nueve sacerdotes y que desde pequeñita quiso ser monja “porque me gustaba mucho”. Camino de los 93 años la buena mujer está muy orgullosa de su trabajo, de sus compañeras y hasta de la salud que le ha dado Dios, dice. “Todas son riquísimas y me quieren mucho. Me cuidan y yo también a ellas”. En la actualidad Sor Petra, después de su jubilación como profesora del Colegio del Carmen cuando ya cumplió los 70 años, se dedica a colaborar en la cocina y en el lavadero. “Me levanto a las seis de la mañana y desde esa hora ya empiezo a moverme. Meto la ropa en las lavadoras y alguna vecina me ayuda a tenderla porque ya me canso. Luego me voy a la cocina y troceo la fruta, la verdura, los refritos y esas cosas para hacer la comida. Nada, me siento en la cocina y allí lo hago todo, no crea que es poco porque la gente es que nos trae de todo, de todo, de todo… fruta verdura, leche, de todo”.

“Cuando llegué a Las Palmas y vi cabras en la calle me asombré”.

La primera vez que Sor Petra vio una cabra fue en Las Palmas de Gran Canaria. Bueno y también las chabolas. Esas dos cosas se le quedaron grabadas porque “yo había visto conejos y gallinas en las casas pero cabras, no, no”. Vamos a situarnos. Ella llegó a la ciudad en 1944 y dos años después ya se dedicó de lleno a su tarea pastoral de aliviar la miseria ajena como corresponde a una Hija de la Caridad, trabajo que simultaneaba con la docencia. Hace 70 años, que no es poca cosa.

De manera que desde el colegio Nuestra Señora del Carmen ella y sus compañeras tomaron contacto con la realidad de la ciudad, con el nivel de pobreza que había especialmente en el Puerto de la Luz donde desarrollaban su labor más a fondo. “Yo venía, ya se lo he contado, de Madrid y de Astorga (León) pero lo que yo vi aquí fue terrible. Mire, para empezar le diré que el único edificio del Puerto que tenía un segundo piso era el del colegio. No había nada. Todo eso era un descampado con alguna casa terrera aislada y ya está. Y lo que le cuento de las cabras es que en esas azoteas las familias tenían cabras, gallinas y conejos para poder comer algo. Porque usted sabe que las cabras dieron mucho de comer, mucha leche con gofio, si señora. Entonces nosotros nos íbamos cada día a las chabolas de El Confital que era lo peor, y allí había gente que estaba en cama, enfermos y pobres. Sin familia. Mucha pobreza. Tanto, que la congregación mantenía a unas 18 familias completas cada día y todo porque el Obispo Pildáin era muy bueno y nos ayudó para poder comprar comida y repartirla. Ya le digo yo que aquello era horroroso. Mire; le voy a contar una cosa. ¿Usted sabe dónde queda El Confital?, pues nosotras íbamos con 14 kilos de alimentos encima desde el colegio hasta allá, lejos. Pero, ¡Ay! ¡Ay!, cuando llegábamos es que nos recibían con tanta alegría!”.

De sus idas y venidas por la zona Sor Petra tiene el recuerdo especial de un joven que vivía en la calle La Naval y que enfermó de tuberculosis. Las monjitas le cuidaron con amor y hasta Sor Petra le puso inyecciones “para que respirara mejor”, pero acabó muriendo. “Yo soy una mujer fuerte, de verdad, pero había cosas que me rompían el alma y de ese muchacho no me olvido”. Cuenta como la cosa más audaz que recuerda la decisión de la congregación de comprar una moto para trasladarse a El Confital y que “conducía una de las mojas, tan campante. Fue muy valiente y eso nos ayudó mucho porque era lejos y con sol o lluvia siempre había que llevar comida o medicinas”. Dice que cuando sus superiores le dijeron que la destinaban a Las Palmas de GC no sabía ni donde estaban las islas y que durante 25 años no vio a sus padres porque todo estaba lejos, muy lejos. Su familia, su vida, sus afectos y sus mimos están y estarán siempre en el colegio donde vive feliz con sus compañeras y las visitas de los centenares de alumnos que han desarrollado una carrera profesional porque las Hermanas de la Caridad ayudaron a su familia o a ellos mismos. Nombra a médicos, ingenieros, arquitectos, enfermeros, empresarios y tantos otros que nunca se olvidan de su origen y que hoy colaboran en el mantenimiento del comedor donde cada día sirven 60 comidas a los que más lo necesitan. “Un primer plato, un segundo, postre y café y todo riquísimo que lo sé yo”.

Acabando la entrevista salta la sorpresa: ”¿No me va a preguntar por el aborto?”. “No…”, contesto. “Eso es matar a un ser humano, póngalo”.

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