Por los pelos, mismamente. Por el miedo a las reacciones nacionales post-brexit; por haberse empeñado el comisario Moscovici, ese socialista al que hasta ayer calificaban de sectario desde el PP; por el avance de los populismos y el recrudecimiento del sentimiento antieuropeo en toda Europa, España incluida; pero -sobre todo- porque mañana toca ser tolerantes y comprensivos con los apuros de los bancos italianos, a los que hay que echar una mano con fondos comunitarios. Por todo eso, España se libró el miércoles de tener que pagar 2.200 millones de euros, o 200 millones (multa simbólica) o cien millones (dejar sentado el derecho). Alemania hizo sonar la flauta por casualidad, y al final hasta los letones y finlandeses de sangre congelada en las venas tuvieron que plegarse a la mayoría dispuesta a perdonar y pasar página.
¿Perdonar? ¿Pasar página?
Eso es lo que nos han dicho, pero no es cierto. No del todo, al menos. Mientras el Gobierno en funciones dispara voladores en la tele pública y vende su extraordinaria capacidad para hacerse perdonar por no ser capaz de hacer lo que sí hicieron las regiones, las islas y los municipios, Europa ponía los puntos sobre las íes, antes de reunir la próxima semana al Ecofin, el consejo de ministros de Hacienda que han de dar el visto bueno de verdad a la condonación. Y esos puntos dejan claro que la suspensión de la multa por habernos pasado el déficit (por habérselo pasado el Gobierno ahora en funciones) por el arco de triunfo no va a salirles gratis a los sufridos españoles de a pie. Bruselas ha aceptado la posición alemana y se ha plegado a las maniobras del hábil Moscovici, pero esto solo retrasa lo que ha de hacerse. Con el Gobierno empantanado y con el presupuesto 2016 habiendo superado a mitad de año en dos décimas de punto el déficit permitido para todo el ejercicio fiscal, tampoco podían en Europa ponerse a fusilar gente, entre otras cosas porque los muertos ni pagan impuestos, ni tiran de la producción, ni del consumo, ni resuelven nada. Por eso, lo que han hecho en Europa es retrasarlo todo. El compromiso es ahora aceptar ser tutelados por Europa con un sistema de vigilancia reforzada, que nos obligará a reducir el déficit al 3,1 antes de que acabe el año que viene, y a colocarlo dos décimas por debajo del «listón constitucional» -el tres por ciento, sal tú que a mí me da la risa- en 2018. Para hacerlo, hay que ahorrarle al presupuesto diez mil millones en dos años, que significa o subir los impuestos o ajustar los servicios o sentarse a esperar que la economía se dispare y crezca la recaudación en 5.000 millones por año, una fruslería. Lo ideal es que pase precisamente eso, que entre muchísimo más dinero, que es lo que Rajoy dice que espera que ocurra. Rajoy se ha convertido en el gran especialista español en esperar que ocurran cosas. Pero eso precisamente -recaudar de bobilis, bobilis, 5.000 kilos más al año- eso no va a suceder. Lo que va a pasar es que el Gobierno tendrá que volver a subir los impuestos y recortará un par de puntos en sanidad, educación y servicios sociales, que es de lo que se ocupan las regiones, y que se jorobe la gente. Eso es lo que nos va a pasar entre 2017 y 2018, y estaremos bien jo…robados. Y si no pasa eso, entonces Bruselas aplicará sin remordimiento alguno una multa automática de 5.500 millones de euros. Y entonces estaremos bien jorobados y con 5.500 millones menos.
Vuelven las apreturas. Y no se habían ido. Vaya futuro.
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