FIRMAS Francisco Pomares

A babor. Geografía del terror. Por Francisco Pomares

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Nadie ha colgado en su Facebook la bandera de Irak, no se han cruzado por las redes millones de tuits lamentando la última masacre en una nación destruida y castigada por todas las guerras y todos los enemigos. Solo algún medio nacional lleva la matanza a sus portadas. Y es que lo que ocurre lejos de nuestra geografía sentimental no ocurre en realidad: solo en las 1.080 líneas efectivas de nuestra televisión de plasma, o en las ondas, entre la información sobre el tipo que insulta a un extranjero comunitario en el metro de Londres y la muerte de ese director de cine que nos abrió las puertas del cielo y el espíritu del cazador. Sin embargo, a pesar del patético olvido de todos esos muertos tan muertos como los otros, tan cercanos para los suyos, tan reales, las cuentas sí resultan concluyentes: solo cinco de cada cien asesinados en acciones terroristas ocurridas en todo el planeta desde que el 11-S inició la nueva era de la guerra lo han sido en las viejas metrópolis. Recordamos los nombres de nuestras capitales más próximas sacudidas por las nuevas formas de esta guerra de ejércitos secretos: Madrid, Londres, París, Bruselas, Orlando, quizá incluso Estambul o Casablanca. Recordamos los lugares comunes, visitados o conocidos por el cine, la televisión, las charlas con amigos viajeros. Forman parte de nuestro propio patio, y en ellos una explosión que no sea un accidente de una bombona en mal estado parece irreal, ajena, imposible. En Bagdad un atentado es solo otra muesca en la historia de la derrota que persigue al territorio del Tigris y el Éufrates, el lugar donde empezamos a ser de verdad humanos modernos, a conocer la agricultura, la escritura, los impuestos, el estado.

¿Pero a quién le importa eso? Nadie sufre por los muertos lejanos, ni por la destrucción de esas sociedades imperfectas, pero funcionales, ni por la desaparición de todo vestigio de culturas milenarias en las que la Humanidad que hoy conocemos dio sus primeros pasos. Nadie sufre por eso ni en la Europa en crisis, abotargada por sus propios problemas, histérica ante la avalancha migratoria, ni en esos EEUU cada día más cerrados sobre sí mismos, decididos a levantar inútiles muros. Nadie hace cuentas por la destrucción de miles, decenas de miles, centenares de miles de vidas en el próximo Oriente. Vidas arrasadas por la lógica de aquella guerra de venganza del segundo Bush, una guerra por el petróleo y el orgullo, una guerra solo de destrucción y saqueo, que desestabilizó para décadas la región y legitimó a los hijos del odio, el rencor y la yihad.

Porque lo que hoy tenemos, este paisaje de geografías desoladas pero distintas, donde todos los demás son sospechosos, donde a veces mueren los nuestros y siempre mueren los otros, es fruto de aquel mal cálculo guerrero de los halcones de Bush y sus informes trucados. Fue un mal negocio, aquel cálculo de soldados muertos por galón de fuel, un descargue de violencia que hizo ricos a algunos, pero arruinó a Estados Unidos y provocó esta crisis. Y esta nueva guerra donde nunca mueren militares. Y este retroceso enorme de un tercer mundo con el que Occidente no quiere tener nada que ver, mientras les vendemos desde lejos una cultura irreal basada en la abundancia y el lujo, en la avaricia y el despendole.

Geografías distintas, muertos distintos, una Humanidad partida.

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