No había escrito hasta ahora del «affaire Berástegui», el caso de supuesta coacción y amenazas denunciado por la portavoz de Ciudadanos en La Laguna. No lo había hecho porque toda la historia me pareció desde un principio inconsistente: la señora concejala se reúne con dos representantes de la federación vecinal Aguere, gente cercana al parecer a Coalición Canaria, y graba la conversación, para acusar luego a sus interlocutores de haberla amenazado, sin que en ningún momento quede muy claro para qué diablos la habrían amenazado. El asunto salta inmediatamente a los medios (es de esas historias que reúnen todos los ingredientes para tener éxito), y la amenaza sin probar pasa a convertirse en un posible delito de violencia machista, pero -hete aquí-, resulta que los amenazadores y chantajistas y machistas también han grabado la conversa de marras, y entonces la señora Berástegui empieza a acoquinarse un poco.
Uno se pregunta qué es lo que está ocurriendo en el patio político que todo el mundo anda grabando lo que habla. Parece una moda esto de grabar al tipo con el que te tomas unas copas, o charlas sobre como empurar a una jueza o conversas sobre el movimiento vecinal lagunero y sus ramificaciones políticas. Supongo que lo de grabar perseguirá en cada caso su propio objetivo: no sé cuál será el de los Barreto, aunque me resulta igual de sospechoso que acudan a una reunión con el móvil preparado en modo pausa. Y en cuanto a la señora portavoz, yo creo que la Berástegui grabó la conversación con el padre y el hijo, básicamente para poder instrumentar luego su denuncia pública y salir en los papeles. Debió tener un ataque de ego o algo parecido la señora concejala, porque durante la conversación -mantenida en un tono yo diría que bastante sosegado- en varias ocasiones se encara a los visitantes acusándoles de injerencia en sus funciones y de faltarle el respeto. Pero como allí todo el mundo está grabando, lo que más llama la atención al escuchar esos ocho minutos ahora filtrados a los medios, es precisamente su tono relajado, cauteloso y en algún momento casi ceremonial: nadie dice un taco, nadie levanta la voz, y el lenguaje es más formal que coloquial. Lo único que llama la atención son las reiteradas reconvenciones de la Berástegui a sus interlocutores, sin que los supuestos amenazantes la manden en ningún momento a tomar por donde cargan los camiones. Es más, todos se despiden muy educadamente. Uno no puede dejar de pensar, con tanta insistencia de la Berástegui, que a lo mejor lo que andaba buscando era precisamente que le montaran un pollo…
No me gusta intervenir en asuntos que están sometidos a intervención judicial, pero por el caso que le ha hecho la Fiscalía a la denuncia -casi forzada, por otro lado, después de que la concejala amagara con presentarla y se montara el lío mediático- después de la nula consideración de delito por parte de la fiscalía, digo, creo yo que esto va camino de convertirse en otro más de esos casos inútiles que colapsan y bloquean el funcionamiento de los tribunales, mientras ocho mil asuntos judiciales que afectan a los ciudadanos están a punto de ser sobreseídos porque la sobrecarga de trabajo ha impedido atenderlos en plazo. Quizá debería multarse a quienes presenten denuncias que no llegan siquiera a ser calificadas por la Fiscalía. Pero esa es otra historia…
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