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Gizohen: Encuestas. Por Agustín Gajate Barahona

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En los tiempos que corren, las encuestas forman parte de nuestras vidas, aunque rara vez tenemos la suerte o la desgracia de ser encuestados. En democracia, cada cierto tiempo nos preguntan por las personas que queremos que nos gobiernen, aunque no siempre son ellos los que acaban tomando las decisiones, sino que son los partidos que los proponen los que acaban dirigiendo el rumbo a seguir, convenientemente asesorados por lo que se conoce como ‘poderes económicos’, eufemismo que tras el que se suele ocultar la figura del cacique tradicional de pueblo.

Aparte de las diferentes elecciones, parece que hay un grupo de personas a las que les preguntan de todo, porque las empresas demoscópicas consideran que representan el sentir de una parte importante de la sociedad. Yo debo ser de lo más vulgar, porque cuando intentan preguntarme por algo por teléfono o internet y les facilito los datos que me piden, me dicen más o menos que ya hay otro que tiene mi mismo perfil familiar, de edad y nivel de conocimientos que ya ha opinado por mí. Y si llegan a interesarse por mi profesión, en cuanto les digo que soy periodista, enseguida indican que no les sirvo, quizá porque crean que mi opinión puedo expresarla cuando quiera, pero no suma para alcanzar la ‘verdad’ estadística, que para algunos constituye la mayor de las mentiras.

Pero las encuestas no mienten, aunque no son perfectas y se equivocan, y sus efectos son fácilmente detectables. Por ejemplo, cuando vamos a nuestro supermercado habitual y nos percatarnos de que aquello que estaba en una determinada estantería o mostrador ha cambiado de sitio y hay que volver a recorrer todo el local para encontrarlo. Ese tipo de cambios, no me cabe duda que han sido fruto de los resultados de una encuesta.

Otras novedades las podemos apreciar continuamente en la televisión y en los canales de titularidad privada, que subsisten ligados a las encuestas de audiencia, imprescindibles para saber el tipo de personas que ven cada canal en cada momento, para así poder ofertar ese espacio a sus anunciantes, para que ofrezcan sus productos a potenciales compradores que den el perfil de la audiencia del programa que se emite en cada franja horaria.

Según las encuestas, los habitantes de este país pasamos una media de cuatro horas delante de la televisión y tengo que reconocer que puede que cumpla el promedio, aunque de forma irregular. Suelo encenderla para ver alguna series que me interesan, baloncesto, documentales y, por deformación profesional, los informativos. A veces, paso hasta dos horas y media seguidas viendo una sucesión de programas informativos emitidos por diferentes canales.

Por eso en los últimos días me han sorprendido algunos cambios, puede que temporales, que atribuyo a los resultados de algunas encuestas. El principal cambio es que veo a Pablo Iglesias en todas las cadenas privadas y en todo tipo de formatos informativos y de entretenimiento, mientras que no lo veo en las públicas. Aunque el desfile de candidatos por la pequeña y no tan pequeña pantalla va a ser continuo durante las próximas semanas, ¿por qué ha sido él el primero y de forma tan abrumadora?

Un pajarito demoscópico me ha chivado que esa frecuente presencia se debe a una doble conclusión extraída de las encuestas. La primera es que la imagen de Pablo Iglesias ‘vende’, es decir, es capaz de captar audiencia y mantenerla atenta delante del televisor y eso aporta negocio a los canales privados. La segunda es que la coalición que lidera Pablo Iglesias aparece en algunos sondeos como la primera fuerza política en voto decidido para las próximas elecciones, aunque eso no implica que vayan a ser los más votados, ni tampoco que sean los que obtengan mayor número de escaños.

Para mí, los españoles conforman una de las sociedades más sabias que existen y, si en las anteriores elecciones de diciembre de 2015 acordaron un empate técnico entre las diferentes formas de entender la política que tienen los principales partidos, no me cabe duda que no van a dejar de sorprender a propios y extraños en la nueva convocatoria de junio de 2016.

Hasta puede que decidan que haya dos ganadores: uno en número de votos y otro en escaños. Y un resultado así puede convertir al país en el paraíso mediático soñado por cualquier profesional de la comunicación, un sector con el que se ha cebado la crisis de una manera, a mi juicio, tan injusta como implacable.

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