Ya le encantaba el mar en la escuela. Desaparecía por días. Observar el horizonte, a la orilla del mar, era habitual. Los amigos nos acostumbramos a estar tiempo sin verle. Empezó a coleccionar cartas marinas cuando estudiaba ya para capitán marítimo. Su pequeña barca de paseo se convirtió en una barcaza y ésta en un barco. Según aumentaba la amplitud se incrementaban los tiempos en el mar. Y era como si desapareciese. Al regreso respondía que estaba “buscando”. Dejamos de verle. Un día, un sobre blanco sin sello ni remitente en mi buzón. Dentro un papel, dos palabras: San Borondón.
El desaparecido. Por Manuel Negrín

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