Tocaron a la puerta y les abrí encantado. Eran dos. Vestían como yo, elegantes. Vendían una superbiblia modernísima que me ayudaría a conocer a Dios. Les expliqué que yo hablaba diariamente con mi Ser Supremo; es más, nos contábamos chistes. Un tira y un afloja. Les ofrecí café y hablamos más de dos horas. No había prisa. Se marcharon, creo que felices, con una compra increíble: una completísima gama de utensilios para la cocina de regalo a su esposa, uno, y una extraordinaria máquina hago-todo-pronto-rápido para uso personal, el otro. Yo también soy vendedor. Uno contra dos, y gane. Jejejeje.
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