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El bar de Pepe. Tocata y fuga de Alberto Garzón. Por Joaquín Hernández

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El Partido Comunista, históricamente o mejor dicho a partir de la muerte de Franco, ha ido de fracaso en fracaso, ni Santiago Carrillo, ni Gerardo Iglesias, ni los sucesivos, a excepción de Julio Anguita, han conseguido lograr que los españoles confíen en la hoz y el martillo.

El cambio de nombre del Partido Comunista por el de Izquierda Unida no fue suficiente para elevar las expectativas de una parte de la izquierda española que, aun cambiando protagonistas, no han podido convencer a los votantes de los beneficios de la solidaridad social del partido del proletariado. Ni Llamazares, ni Cayo Lara pudieron aumentar el listón dejado por el Califa de Córdoba, desesperados, puteados por sus escasos militantes se la jugaron a la carta más alta y pusieron de chivo expiatorio al joven Alberto Garzón.

Garzón, que de tonto no tiene un pelo, sabedor que la vieja guardia comunista no le perdonaría una derrota en las elecciones del 20-D, buscó alianzas entre verdes, amarillos, morados y rojos bermellón. El bagaje que llevaba en su mochila para enfrentarse a los socialistas, populares y naranjas era muy pobre, por otro lado las mareas que producía Podemos eran un tsunami que parecía tragarse, engullir a Izquierda Unida. Consciente que su única forma de mantener el barco a flote era pasar por una alianza estratégica con Pablo Iglesias, intentó un acercamiento a los morados. La respuesta de un Pablo Iglesias pletórico y convencido de arrastrar al Psoe y quedar como segunda fuerza política del país, fue la negativa a pactar alianzas pro electorales, tan entusiasmado estaba el secretario general de Podemos que ni siquiera consultó a sus bases cualquier posibilidad de coalición con Izquierda Unida.

El resto ya lo sabemos, la debacle de Alberto Garzón perdiendo 9 escaños, quedándose sin grupo parlamentario propio, fue un varapalo difícil de asumir no solo a nivel político, también económico, que significa la quiebra del histórico partido español.

Si decía que el resultado de las elecciones del 20-D ha sido un antes y un después para Izquierda Unida, también lo ha sido en cuanto al bipartidismo Psoe/PP que, por primera vez en 40 años, se desintegra el binomio del poder entre esos dos partidos. El PP, además del amargo recuerdo que dejará su gobierno en la gran mayoría de españoles, aburre hasta a sus más fervientes seguidores. Mariano Rajoy sigue siendo el político peor valorado de toda esta dictacracia pero paradójicamente sigue teniendo el mayor número de votantes, está clarísimo que esos votantes salen de las bolsas de los ancianos que siguen diciendo “vale más malo conocido que bueno por conocer”, del clero que sigue apoyando, como es lógico, a la derecha y de un sinfín de estómagos agradecidos y fieles hasta la muerte de la política neoliberal carroñera.

La abducción de Izquierda Unida por parte del recién creado Podemos, parte con un rechazo importante de la gran mayoría de los militantes de base del partido de Alberto Garzón que están en total desacuerdo con la humillación a las que les sometió el señor Iglesias en las pasadas elecciones del 20-D, porque queramos o no Izquierda Unida no ha sido nunca un chiringuito político, tiene suficiente historia para seguir en solitario, para conseguir otra clase de alianzas, para llegar al lugar que se merecen sin “mareas” ni “mareados” por el espejismo que significa el partido morado y su encantador de serpientes.

Garzón ha buscado el camino más corto para demostrar que aquí vale todo, que todo vale en política por tal de conseguir la poltrona, el sillón en el Consejo de Ministros, el poder por el poder. Si Pablo Iglesias ha desilusionado con su absurda negativa a formar un gobierno de coalición con todos los partidos progresistas, Alberto Garzón lo ha hecho al someterse a la voluntad de Podemos para hacer desaparecer el histórico partido de la izquierda más rancia de España.

Que no piense Iglesias, ni por un momento, que esta “jugada” le saldrá bien y que la perdida de votantes, totalmente desilusionados, cabreados y puteados por él y su clan, le saldrá bien. Que no nos quiera vender “uniones vencedoras”, todo el mundo sabe que ahora le interesaba la fusión, mejor dicho la abducción de Izquierda Unida, porque teme que el relujo de las “mareas” las desilusiones de votantes de Colau en Barcelona o de Compromis en Valencia, unida al desencanto de la gran masa de los votantes que el 20-D dieron 69 escaños en el hemiciclo del Parlamento de España no están por la labor de votar, la gran masa social piensa en la abstención y los menos en un voto al Psoe.

Estoy convencido que está vez hubiera sido la oportunidad de Izquierda Unida, de Alberto Garzón, de enviar un mensaje al pueblo y presentarse de una vez por todas como la única alternativa válida para gobernar. Incluso hubiera sido mucho mejor un pacto con Pedro Sánchez que quemar todas las naves en una travesía donde el final ha sido hundir la nave. En todo caso ha perdido la ocasión de lograr superar los 21 diputados logados por Anguita en 1996

Si el motivo de la venta de Izquierda Unida es motivado por las deudas, poco se han valorado los 95 años de historia del partido fundado por Dolores Ibarruri.

 

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