El barco de crucero atracó temprano, como siempre. Desayuno madrugador para bajar a primera hora las escalerillas y coger un taxi. Dijo que quería ver la mayor parte de la isla. El taxista le recomendó la ruta norte. Pasaron por la Laguna pero rehusó pasearla. Tampoco bajó a ver la Casa del Vino y la Casa de la Miel, ni en el Mirador de Humboldt, ni siquiera pisó el valle orotavense o tomó sol en las aguas de Martiánez. Estuvo en Icod y Garachico. Cuando regresó dijo que vio casi todo Tenerife, pero no supo responder cómo eran sus habitantes.
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