Medio Ambiente SOCIEDAD

REPORTAJE. Así es un día entre cuidadores de animales salvajes

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SINC/Adeline Marcos/Foto principal: Alejandro Martínez (Sinc).- Se enfrentan a temperaturas bajo cero, alimentan a reptiles que pueden alcanzar la media tonelada de peso y se ganan la confianza de especies huidizas. Los cuidadores de fauna salvaje dedican su día al bienestar de animales nacidos en cautividad, pero manteniendo las distancias. Sinc les acompaña en uno de los momentos en los que humano y animal más interactúan: la comida.

<p>Yolanda Martín alimentando a los pingüinos Rey. / <a href="http://www.agenciasinc.es/En-exclusiva/PROGRAMADOS/Asi-es-un-dia-entre-cuidadores-de-animales-salvajes2" target="_blank">Alejandro Martínez (Sinc)</a></p>

Yolanda Martín alimentando a los pingüinos Rey. 
/ Alejandro Martínez (Sinc)

La guardiana de los pingüinos

Yolanda Martín. 40 años. Auxiliar técnica veterinaria

Desde hace 15 años, Yolanda viaja cada día a la Antártida, o eso parece. La luz asoma tímidamente y no deja de nevar. Las temperaturas rozan -1 ºC, pero es normal: estamos en invierno, una estación que en Faunia, donde se encuentra el mayor pingüinario de Europa, dura seis meses. “Esto permite a las aves criar y mudar sus plumas una vez al año”, indica la cuidadora, que se encarga, junto a otras tres personas, del bienestar de 115 pingüinos de siete especies diferentes.

Cada mañana, después de vestirse con ropa específica previamente fumigada, entra en el recinto a las 8 de la mañana a extender la nieve caída durante la noche. Mantener la higiene del pingüinario es vital. Por ello, permanece durante más de una hora en la piscina buceando en aguas que no superan los 11 ºC en invierno para desinfectarla. Aunque en el estado salvaje los pingüinos pueden sufrir malaria, en cautividad son muy sensibles al hongo del género Aspergillus, que puede trasmitirse a través del sistema de ventilación.

Mientras trabaja en este ecosistema artificial, pasa desapercibida por los pingüinos salvo por Strike, una hembra de pingüino papúa, que no se separa de ella. “Los pingüinos tienen pareja de por vida, pero Strike perdió la suya hace dos años y desde entonces busca afecto y compañía en nosotros”, explica a Sinc Yolanda.

La auxiliar veterinaria les alimenta tres veces al día y desde las cristaleras o en el interior de la instalación no deja de observar a estas aves, de las que conoce todos y cada uno de sus nombres. “Nos aseguramos de que comen bien y se bañan. A veces se les ve gorditos pero esa capa de grasa puede engañar”, dice señalando a una hembra de pingüino rey enferma que requiere aerosoles a diario.

Presta especial atención a Jay y Copperfield, dos machos barbijos (Pygoscelis antarcticus) que fueron rescatados de las instalaciones del zoo de Nueva Orleans (EE UU) que quedó devastado tras el paso del huracán Katrina en 2005. A pesar de las adversidades, ambos ejemplares son los más viejos del lugar con 32 años, superando incluso la esperanza de vida de sus congéneres salvajes.

Miguel Ángel alimentando a Kenia
Miguel Ángel de la Fuente alimenta con polluelos a Kenia, 
una hembra de cocodrilo del Nilo de unos 35 años y 300 kilos. 
 Alejandro Martínez (Sinc)

El hombre que alimenta a siete cocodrilos

Miguel Ángel de la Fuente. 26 años. Biólogo

Son solo siete ejemplares, pero entre todos posiblemente superen la tonelada de peso. Algunas de las siete hembras de cocodrilo del Nilo (Crocodylus niloticus) de las que se ocupa Miguel Ángel de la Fuente superan los 300 kilos y los 50 años de edad. “Solo hay hembras porque los machos pueden medir hasta los seis metros y son el doble de agresivos”, señala el cuidador, quien recuerda que si se mezclaran sexos en el recinto en época de reproducción la hembras se pelearían entre ellas e “incluso se podrían matar”. Además, los cocodrilos pueden tener de 40 a 50 crías. “En cautividad no se crían”, asegura el biólogo.

A pesar de su amenazante aspecto y a veces indiferente actitud, los reptiles están atentos a Miguel Angel e incluso identifican su voz y se dirigen a él cuando le oyen. “Reaccionan cuando las llamas, pero no me reconocen como el cuidador que hace que su día a día sea mejor. Me intentarían comer si pudieran”, bromea el cuidador, que solo les alimenta dos veces a la semana (unos diez trozos de pollo), y una vez al mes les lanza una pieza entera a modo de banquete.

Miguel Ángel les tiende pollos muertos con un gancho que eleva a unos dos metros del agua para obligarlas a saltar y hacer ejercicio. Pero en esta ocasión, solo una, Kenia, de unos 35 años de edad y 300 kilos de peso, se eleva para capturar el alimento. “Es la dominante, pero está más agresiva de lo normal porque hemos tenido que aumentar la temperatura del agua por el frío exterior”, explica el cuidador, quien recalca que una vez que todas alcanzan el mismo tamaño la dominancia no se determina por la edad, sino por el carácter.

Por eso, cada mañana Miguel Ángel, además de revisar la temperatura de la arena y del agua, que tiene que estar entre los 24 y 25 ºC, y de ocuparse de la limpieza de la instalación, comprueba si los reptiles no se han hecho alguna herida entre ellos. “Tienen un sistema cicatrizante muy fuerte, así que casi nunca necesitan cuidados”, subraya el biólogo, cuya formación le permite entender mejor los comportamientos y la fisiología interna de cada animal. “También lo que le viene bien comer o no y predecir lo que le puede pasar”, asevera.

Pinocha con sus crías
 Pinocha con sus dos crías recién nacidas. / Alejandro Martínez (Sinc)

Enamorado de los lémures

Borja García-Carazo. 27 años. Auxiliar técnico veterinario

A Borja, que lleva cuatro años con los lémures, estos primates endémicos de la isla de Madagascar le tienen “enamorado”, confiesa. Conoce los nombres de los 32 animales que se encuentran en este ecosistema artificial. “Cada uno tiene sus rasgos, en realidad, pasa como con nosotros, ninguno se parece”, apunta el cuidador, para quien esta tarea de reconocimiento es esencial para su cuidado. Pero ellos también le reconocen por su olor.

Esta semana Borja se muestra especialmente entusiasmado por el nacimiento de dos crías que no sueltan a su madre, Pinocha. En cuanto entra en el recinto, la hembra de lémur de cola anillada (Lemur catta) se acerca a él en busca de comida. Mientras los alimenta (en total tres veces al día) con verduras, frutas, brotes naturales y bambú, el joven vigila, pero evitando todo contacto humano, el estado de Pinocha y de sus pequeños. “Las primeras semanas son las más delicadas”, observa Borja que en 2015 fue testigo del nacimiento de cinco crías.

Pero a los que no quita ojo es a los lémures rufo rojo (Varecia rubra), en peligro crítico en estado salvaje, que se muestran más agresivos ante su presencia y sobre todo con Pinocha. “La mayor preocupación llega cuando las hembras están en celo porque los lémures se pegan y hay que comprobar si se han dado más de un tirón de pelo”, dice Borja. En el matriarcado que establecen estos primates, las hembras son las dominantes y “se pegan hasta en el momento de parir”, declara el cuidador señalando a una hembra. “Sé que está embarazada, no le he hecho ninguna placa, pero lo sé”, manifiesta.

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Verónica Márquez consigue que los osos marinos saquen la lengua 
o abran la boca como parte de su entrenamiento. 
/ Alejandro Martínez (Sinc)

Complicidad y juegos con los osos marinos

Verónica Márquez. 34 años. Auxiliar técnica veterinaria

Como los mamíferos marinos de los que se hace cargo, Verónica es activa y jovial. No puede ser de otro modo, a estos animales les gusta el juego y que les estimulen. Desde hace 12 años la joven cuida de manatíes, leones marinos, focas y osos marinos, y es con estos últimos con los que más interactúa.

“Nos adaptamos al carácter de cada animal y en función de eso les enseñamos a hacer diversas actividades, como abrir la boca”, dice Yolanda, que anima a los osos marinos –más activos y juguetones– con alimentos, y con los que logra hacer saltos mortales. Al ser más sociables, Yolanda y los otros cuidadores pueden llevar a cabo actividades con osos y niños con autismo, o con discapacidad intelectual y física.

En el caso de los leones marinos de Steller (Eumetopias jubatus), con los que no hay contacto directo porque son más agresivos y pesados –de adultos pueden llegar a la tonelada–, es diferente. “Son muy inteligentes y actúan por imitación. Si le digo a mi compañera que me quedan dos arenques, se enteran. Son muy cotillas”, indica recordando que las dos o tres veces que hace ejercicios con ellos al mes es siempre bajo medidas de seguridad y control.

Cada mañana, Yolanda verifica el estado de las instalaciones y que ninguno de los animales tenga mordiscos o heridas. Pero sin duda, “lo más importante es el estado del agua”, certifica la auxiliar veterinaria, que comprueba el pH, el nivel de cloro, la temperatura y la salinidad para que no se les formen úlceras en los ojos.

Cristian con el panda rojo
Cristian Rodríguez en su visita matinal a los pandas rojos 
de los que tiene más complicidad con el macho Luka. 
/ Alejandro Martínez (Sinc)

Tres años con el panda rojo

Cristian Rodríguez. 27 años. Auxiliar técnico veterinario

Aunque se le llama panda rojo (Ailurus fulgens), “no tiene nada que ver con los osos”, explica a Sinc Cristian. En realidad, es una mezcla de mapache. “Es un animal arborícola al que le cuesta bajar al suelo, pero tenemos que intentarlo para poder revisar su estado de salud”, añade el cuidador, que procura realizar con ellos entrenamientos con fines veterinarios para, por ejemplo, extraerles sangre o hacerles radiografías.

Panda rojo
La hembra Mandala se muestra más tímida. 
/ Alejandro Martínez (Sinc)

Cristian se ocupa de ellos desde que llegaron a Faunia hace tres años –el macho Luka desde el zoo de Zagreb (Croacia) y la hembra Mandala del zoo de Madrid–. Aunque Luka se muestra más receptivo, Mandala aún no confía del todo. “Al fin y al cabo es un animal salvaje”, puntualiza su cuidador, que acude a diario a revisar las instalaciones, limpiarlas y realizar el mantenimiento de los refugios.

Cuando los animales son más activos, al amanecer y atardecer, Cristian aprovecha para darles bambú, la base de su alimentación. Pero aparte de comer, el resto del día lo dedican a dormir –en total unas 16 horas al día–. Detrás de su timidez, el cuidador asegura que el animal, en estado vulnerable en la naturaleza, es robusto. “Están acostumbrados al invierno, pero en verano se termorregulan muy bien y mudan de pelo”, explica el joven, quien añade que su cría en cautividad está muy controlada.

Ayuda a la conservación de especies

Muchas de las especies que se encuentran en Faunia, un parque zoológico integrado en el grupo Parques Reunidos, están amenazadas o en peligro de extinción en la naturaleza, como el lémur de cola anillada o el panda rojo. En total, el parque participa de manera activa en más de 40 programas de conservación ex situ de especies amenazadas como el manatí antillano (Trichechus manatus). De hecho, esta semana ha nacido la tercera cría de esta especie con un peso de unos 20 kilos.

Con el cuidado y preservación de estos animales nacidos en cautividad, el centro –con más de 3.000 animales de 300 especies diferentes que habitan en cuatro ecosistemas adaptados a ellos– contribuye al mantenimiento de estas especies.

Además, desde sus inicios, ayuda a proteger la biodiversidad y participa en distintos programas de conservación in situ. Ejemplos de ello son el de seguimiento y la protección de la foca monje (Monachus monachus) en Mauritania y el proyecto del dragón de Komodo (Varanus komodoensis) en la isla de Flores en Indonesia.

Fuente: SINC

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