Circula en redes sociales un escalofriante testimonio obtenido por una cadena de televisión venezolana sobre el tratamiento recibido en una prisión por la esposa de Leopoldo López, político encarcelado, y la madre de éste. Ambas acudieron a visitarle, junto a los dos hijos menores de edad. La autoridad militar responsable del centro penitenciario se cebó, literalmente, en las dos mujeres que fueron obligadas a desnudarse y se sintieron desprotegidas, humilladas y vejadas. Omitimos los detalles, transidos de dolor, rabia e impotencia. Pero también de valentía -hay momentos en que esposa de López se dirige al coronel jefe- que es el soporte de la pugna personal que mantiene desde que el político fue encarcelado y de la causa que ha trascendido allende las fronteras venezolanas.
El episodio es la enésima prueba de la fractura social del país sudamericano y de los abusos de un régimen totalitario que ha devenido en el fracaso de la revolución que ya se adivina entre las propias filas del chavismo o del oficialismo. Leopoldo López, por el que abogó Felipe González en un viaje del que hubo de regresar apresuradamente, es considerado, junto a otros dirigentes opositores, un preso político y ha sido condenado como un asesino a raíz de unos desórdenes en los que murieron unas cuarenta personas.
López confía en su liberación que dependerá de la aprobación de una ley de amnistía y reconciliación nacional que la Mesa de Unidad Democrática (MUD) ha anunciado desde la pasada campaña electoral y ha ratificado en las primeras sesiones de la presente legislatura en la Asamblea Nacional. Mientras tanto, tiene que sufrir y soportar estos vejámenes a sus familiares más directos y más queridos.
Algo que espanta, ciertamente.
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