FIRMAS Marisol Ayala

La ira y el cinismo de un joven asesino. Por Marisol Ayala

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La sociedad está noqueada con la noticia. Un vecino estudiante de 19 años que vivía en su mismo edificio acabó con la vida de la joven palmera Saray González ocurrida hace 15 días en el barrio de Arenales. Sorprendente la autoría y sorprendente que afirme que la mató por algo tan nimio, ridículo, como es que la joven se quejara de que hacía ruidos con un ordenador en el piso bajo, donde el detenido vivía con su padre. Es todo tan absurdo. Saray González vive en Arenales, mi zona y su asesino confeso, igual. Llevo quince días escuchando en cada esquina lamentos, dolor y asombro

¿Qué puede pasar por la cabeza de un chico de 19 años para subir al piso de la vecina, acabar con su vida y volver a casa sin inmutarse? Las pruebas de ADN han sido determinantes para esclarecer los hechos. Alberto M. F., que hoy confesó la autoría, regresó a casa de su padre siendo conocedor de que en el piso alto había dejado el cadáver Saray. La aparente paz de Alberto acabó cuando lo llamó la compañera de piso de la fallecida y le comunicó el macabro hallazgo. Según ha contado el padre de Alberto su hijo le dijo que cuando entró en la vivienda de Saray acompañado de su amiga y vio el cadáver de Saray en un medio de un charco de sangre “se quedó impactado”. Altas dosis de cinismo las que ha demostrado Alberto.

La violencia en nuestras las calles es cada vez más preocupante y el asesinato de Saray González, 27 años, lo escenifica en estado puro. Los vecinos de la familia del detenido mostraban hoy, jueves su consternación por el suceso y el estupor por la detención de Alberto. “Yo”, decía una mujer que regenta un comercio a escasos metros de la vivienda en la que Saray perdió su vida, “le he visto crecer, le conozco desde que era un niño y todavía me cuesta creerlo. La familia es muy buena gente. Me imagino cómo estarán… los padres se separaron y Albertito vive ahí –señala a la casa- desde siempre. No lo puedo asegurar pero juraría que pocos días antes de que pasara todo estuve hablando con él, ahí mismo, en la puerta, donde usted está”.

En un bar cercano, a 50 metros de la casa, su dueño se deshace en elogios hacia el padre de Alberto a quien considera un “buen vecino, una persona tranquila, amable. Al chico lo veía entrar y salir de la casa como la normalidad de cualquier muchacho. Es tremendo lo que ha pasado, horrible, pero todo muy raro. Nunca ha tenido problemas con nadie, un chiquillo tranquilo”. La vecindad cree que la causa de la muerte de Saray no lo pudo provocar una queja de ruidos “no, ahí hay algo más. Una obsesión, un enamoramiento, una locura”. Le pudo la ira, ha confesado el joven asesino.

Ira y cinismo.

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