FIRMAS Marisol Ayala

La cárcel. (A propósito de Josefa). Por Marisol Ayala

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Uno de esos lugares que me producen mucho respeto es una cárcel. Ahí escenifico la pérdida de libertad. Sus celdas, sus pasillos, sus patios, los internos, sus miradas y el ruido de esa puerta de hierro que se cierra a tus espaldas es un sonido que impone. Me produce inseguridad, desconcierto. Creo haber estado en casi todos las centros penitenciarios de Canarias (en el de Tahiche, donde han ingresado a la abuela Josefa, varias veces) siempre por cuestiones relacionadas con mi trabajo. He realizado en ellos reportajes del tipo “un día en la prisión”, he ido a ver a los amigos que torcieron su camino, he acompañado a madres y padres de reclusos, he conversado con funcionarios y he entrevistado a conocidos asesinos antes de ser condenados. Me he sentado en una celda para hablar a internos que pregonaban su inocencia a los cuatro vientos. Mienten muy bien. También he entrado a una cárcel con el DNI de la hermana de un interno muy conocido. No se enteraron en la dirección hasta que al día siguiente vieron el pedazo de entrevista publicada en La Provincia. Ya se imaginan la que se montó.

Recuerdo el acoso profesional que sufrí de un violador preso que se empeñó en contarme “la verdad”, es decir, “su verdad”. Su petición la valoraron los jefes del periódico y acudí a su cita, directamente a su celda. Impone. Celda de barrotes negros y un tipo alto y canoso pregonando su inocencia hasta que la sentencia lo redujo a la mierda que era. Un asco. Condenado por violar a sus hijas. Creo que la entrevista nunca se publicó.

También estuve en Salto del Negro cuando la dispersión del Ministerio del Interior propició el traslado de etarras o terroristas del Grapo (que me amenazaron de muerte, dicho sea de paso) a las cárceles canarias. Aquello sí eran marrones. Como entenderán, cuando accedía sola al interior de la cárcel siempre lo hacía acompañada de funcionarios asignados o de la dirección, es decir, no era entrar y ya está. No. Protegida.

Por todo eso siempre que entro en un centro penitenciario y veo jóvenes y viejos con su libertad perdida me impresiona. Por todo eso anoche recordé mis miedos y recordé a la pobre Josefa Hernández, la abuela de Fuerteventura, que con 63 años está viviendo una durísima experiencia.  Me gustaría que Instituciones Penitenciarias tuviera en cuenta la edad de Josefa y su pasado limpio, de mujer que ha sacado a la familia adelante, que no ha matado a nadie y que la señora recibiera el mejor trato posible en Tahiche. Que le hagan hueco en la enfermería para que el impacto emocional de una cárcel no la marque para siempre. No sé por qué escribo esto; probablemente porque ante cosas incompresibles, flagrantes injusticias, mi arma es escribir, contar lo que pienso y siento y lo que pienso es que con Josefa se está cometiendo una tremenda injusticia que el gobierno central ha sido incapaz de frenar antes de que llegara la noche del lunes. Anoche.

Tratarla bien, por favor.

 

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