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¿Y si Nelson hubiera vencido en julio de 1797? Por Eduardo García Rojas

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“Los dos principales errores históricos de la historia de Canarias fueron no dejar entrar a Nelson y dejar salir a Franco”.

(Domingo Pérez Minik)

Esta ciudad antes de la gloriosa victoria de julio de 1797 se conocía como Santa Cruz de Tenerife –esa manía tan papista y española de darle a todo nombre religioso– aunque hoy la llamamos con la cabeza bien alta y orgullo anglosajón Nelson City porque fue aquí, en este territorio diminuto, en esta hormiga pegada a África, donde el marino que años más tarde se convertirá en orgullo de la patria, sir Horacio Nelson, perdió uno de sus brazos al someter con arrojo y valentía la plaza. Plaza en la que se enarbola desde entonces la sagrada bandera con los colores de la Unión Jack.

Ha llovido mucho desde ese entonces y tales han sido los mimos de la Madre Patria y de su graciosa Majestad (que Dios guarde en su gloria) que la isla de Tenerife es la envidia de Canarias porque las otras seis continuaron en manos españolas y da pena verlas… por mucho que se crea que forman parte de Europa y también de ese país que es España donde son tan aficionados al ajo, a los almuerzos pesados, a dormir la siesta, a esas salvajadas que son los toros y las peleas de gallos y a no trabajar.

Esa España que hoy se desintegra sin haber tomado ejemplo de nosotros, que resolvemos los problemas con el peculiar estilo que nos caracteriza y que consiste, básicamente, en lo que se denomina como política del palo y la zanahoria.

Todos los años y por estas mismas fechas se organiza una recreación de aquel combate en la que un grupo de entusiastas aficionados se pone el uniforme y recorre las calles de Nelson City hasta el momento en que el Comandante General de las Islas Canarias –y de cuyo nombre no me acuerdo– firma la capitulación acompañado de un sacerdote (¡papistas!) y un puñado de desalmados franceses que, en ese entonces y en nombre de su infame revolución, osaron plantarnos cara.

Si conocen la Historia, con H mayúscula, sabrán que sus esfuerzos no sirvieron de nada tras la paliza que le dimos. Respecto a los habitantes de la isla, si bien es verdad que al principio se pusieron algo tontos al final entendieron que mejor era estar gobernados por una nación que ama la paz y el comercio y no por los españoles, que no hay quién los entienda.

En cuanto a la recreación, baste decir que va mejorando con el paso de los años solo que ubicar todo el jaleo en la plaza de La Victoria –antes de La Pila– y en la que se recuerda la memoria de Nelson con una estatua y la frase grabada en bronce: “mañana mi cabeza será coronada de laureles o cipreses“– ofreció escasa movilidad a las tropas que hacían de británicos (¡los héroes!, ¡vivan los casacas rojas!) frente a los que iban disfrazados de españoles y franceses.

Tras la batalla, se rindió honores a los fallecidos durante el combate y a las banderas de los nueve barcos británicos que participaron en la Gesta acompañadas –como ya es tradición– por los disparos de las baterías del Theseus, navío cuya reproducción está anclado en el puerto.

¡Viva la Gran Bretaña!

Por su parte, la delegación canaria rodeó el cañón que, insisten, partió la bala que le arrancó el brazo a Nelson mientras entonaban desafinados “¡Vamos, cantemos, somos siete sobre el mismo mar!” que, como todos los años, nos hizo reír a los picudos y que no obstante dejamos que sigan haciedo estos chalados por práctico sentido del humor. Eso sí, un ruego para que mejoren su inglés cuando cualquiera de ellos se esfuerza en leer discursos desde la tarima que se instala bajo de la estatua de Nelson.

Y es que no hay quién los entienda por mucho que se preste atención. Más cuando se empeñan en hablar hasta arriba de vino y de ron, dos productos que fabrican y que están empeñados en demostrar que son mejores que nuestro vino, nuestra ginebra o nuestro whisky.

Lo mismo hacen cuando hablan de sus playas, no tanto de sus montes, y en cuanto a comida, quita, quita, donde haya un pastel de hígado con gofio que se quite ese puchero o esos quesos de los que tanto hablan… Sí es que no saben ni comer.

No obstante, caigo en las mismas naderías que cantan sus murgas en los carnavales. Que si lo nuestro es mejor, que si los picudos que se han vendido a la pérfida Albión no valen para nada

En fin, que así fue más o menos la recreación de este año. Otro día les cuento la idea de rendir homenaje a los miembros que durante I y la II Guerra Mundial combatieron contra los alemanes en Europa y África en la unidad Acentejo  y de cómo recibimos con los brazos abiertos y en plena Guerra Civil española a los habitantes de las islas vecinas que, en pequeñas embarcaciones, buscaban refugio en nuestras costas huyendo de la represión de los militares rebeldes. Fascistas, que los llamaban aquellos refugiados que vinieron con una mano delante y otra detrás.

En su favor hay que decir que la mayoría de estos hombres y algunas de sus mujeres terminaron como soldados en la unidad Acentejo.

Pero es que la Historia es muy larga. Y temo dejar en el olvido muchos de sus episodios como la visita de su graciosa Majestad con motivo de la inauguración del Museo Arqueológico; la de un achacoso Churchill, y las de otros personajes ilustres que han escogido esta isla para pasar sus vacaciones o residir lo que les queda de vida.

Son ya tantas las cosas que marcan nuestra diferencia con el resto del archipiélago y tanta la vinculación con ese gran país que es Gran Bretaña que me resulta difícil imaginar qué hubiera pasado si Nelson fracasa…

No, no seríamos los mismos.

Es la hora, además, del té. Un té helado que tomo a orillas de ese mismo puerto en el que ahora atraca otro crucero y en el que hace más de doscientos años desembarcó un grupo de valientes con Nelson a la cabeza.

Todos ellos gritaban victoria.

Victoria.

Una palabra que como escribió el poeta sabe a gloria.

God save the Queen!

Saludos, the end?, desde este lado del ordenador.

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