Desde esa noche, Aguirre lleva ideando fórmulas para ver cómo puede convertirse en la reina de todas las salsas, bien protagonizando un papel principal o convertirse en la primera muerta de la película municipal, pero siempre con la mente en que se hable de ella y se pongan sobre su figura todos los focos. Desde ofrecerle la alcaldía a Antonio Miguel Carmona (PSOE), a luego proponer a Villacís y, ya por último, el triple mortal sin red, hablar de un gran pacto a cuatro con Carmena como primera edil de Madrid.
Tengo la sensación, y no sé si será muy errada, que Esperanza Aguirre cree que aún tiene esa baraka que le ha sacado de situaciones comprometidas, alguna de ellas jugándose literalmente la vida. En 2003 salvó gracias a dos impresentables del PSOE, Sáez y Tamayo, la Comunidad de Madrid donde tuvieron que repetirse las elecciones y ella ganarlas holgadamente. En 2005, el episodio del helicóptero en Móstoles, posteriormente lo del atentado de Bombay, en 2011 el cáncer de pecho, afortunadamente benigno. En fin, la política del PP siempre ha salido indemne cuando más contra las cuerdas estaba.
Sin embargo no siempre es así y Esperanza Aguirre debe resignarse a ser oposición (bien es cierto que por mor de un pacto de perdedores) y si no acepta ese papel, tal vez, debiera poner punto y final a su carrera para no acabar como esos toreros o futbolistas que emborronan una brillante trayectoria por alargar innecesariamente su vida activa.
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