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La Canción de la Risa, o el renacer del Carnaval. Por Manuel Herrador

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Da lo mismo si el origen del carnaval fue hace cinco milenios en la baja Mesopotamia, o arrancó en la Roma de las fiestas Saturnales. Qué más da si se motivó por los amantes de la vida licenciosa, del anonimato pecaminoso o es consecuencia de  la mezcla fortuita de distintas culturas y tradiciones en búsqueda de una coartada válida para festejar cualquier cosa. O quizá se iniciara con bailes de mujeres y hombres con las caras pintadas, alrededor de una hoguera, ahuyentando a los malos espíritus y suplicando a los dioses que la cosecha fuera buena. Es que me da igual.

La pasada noche del viernes 20 de febrero, formando parte como miembro del distinguido Jurado seleccionado para el X Certamen de la Canción de la Risa del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, celebrado en el Teatro Guimerá de la capital tinerfeña, hubo momentos en los que mi mente levitó, se inhibió de la circunstancia sonora y visual que me rodeaba para posicionarme como observador reflexivo y privilegiado de lo que allí, sobre el escenario, acontecía.

Manón Floro

Y, amigos lectores, lo que sucedía minuto a minuto esa noche en las tablas del Guimerá nada tenía que ver con tradiciones ancestrales ni con herencias culturales, ni con los dioses, ni con las cosechas, ni con el dinero, ni con un inexistente interés narcisista de los protagonistas. Allí, sentado en la fila de las deliberaciones subjetivas por unanimidad, lo que menos valor tenía era mi contaminado punto de vista, lo que carecía de importancia era mi notarial criterio evaluador. Lo trascendental, lo importante, lo que valía la pena no era evaluable ni había que levantar acta de ello, por eso tengo que reflejarlo en este artículo un día después, para que conste formalmente desde lo más profundo de mi convicción periodística y, también, para que sea compartido con quienes allí no estuvieron y que sepan que la definición de la razón de ser, del presente, pasado y del futuro del Carnaval chicharrero la supieron determinar con absoluta precisión y entrega cada uno de los que hicieron posible el desarrollo del Certamen.

Teatro Guimerá

Hoy sí voy a poner calificaciones:

Sobresaliente a cada uno de los siete grupos que participaron, por su vocación de espectáculo, por sus largos ensayos, por su constante esfuerzo personal y económico, por su compromiso infinito con el humor, la sátira y el show.

Matrícula de Honor a Manón Marichal (Floro), motor imprescindible del certamen que cada año nos ofrece una lección magistral de cómo comparecer ante el público enlazando brillantemente las actuaciones de cada grupo, en una permanente improvisación ocurrente, desternillante, inteligente, sarcástica y plena de originalidad. Entregándose por completo para que nos llegue su amor incondicional al Carnaval, año tras año, mes tras mes y día tras día.

Sobresaliente al Ayuntamiento y a Fiestas, por proteger e impulsar este concurso durante una década.

Sobresaliente al equipo humano responsable de sonido, iluminación, tramoya, personal del teatro y responsables técnicos en general.

Sobresaliente a los compañeros de los medios de comunicación que proyectan a la sociedad toda la información del evento de manera esmerada y puntual.

Sobresaliente a todos los miembros del Jurado que elevan a la máxima responsabilidad cada juicio de valor en pos de un veredicto lo más justo posible.

Sobresaliente a todo el público que abarrota, siempre, el Teatro Guimerá y que permite que con su entrada pueda darse una ayuda a los que más lo necesitan.

Sobresaliente a las chicas de Funcasor (Fundación Canaria para el Sordo), por su exquisitez y elegancia en la proyección de la Lengua de Signos.

Y un suspenso, un “cero”, a las grandes y poderosas empresas y compañías privadas canarias, españolas o extranjeras, instaladas en Tenerife, que ni siquiera con la excusa de devolver a la sociedad parte de los beneficios económicos que les aporta el Carnaval a través del consumo directo de nuestra gente y de quienes nos visitan –de sus productos y servicios-, no han contribuido ni siquiera con un puñetero euro en el patrocinio del certamen. Ni las de bebidas, ni las de alimentación, ni las de franquicias multimillonarias, ni las de suministros de petróleos, ni las eléctricas, ni las de grandes almacenes, ni las de restaurantes…, ni una. Espero que el año que viene superen este bache en su expediente y se comporten con un mínimo de decencia social.

Un espectáculo carnavalero tan grande como La Canción de la Risa merece ser entregado a futuras generaciones, quizá cambiante, ojalá que evolucionando, mejorando si cabe, pero vivo, renaciente y capaz de hacer sentir orgulloso a los vecinos de Santa Cruz, a sus instituciones públicas y a sus empresas privadas. Y que dentro de cien años, de mil, alguien tenga la misma reflexión que yo tuve hoy, ¿qué importa quién, por qué, cómo, cuándo o dónde? Lo importante es que renazca, con más fuerza aún, cada nuevo Carnaval de Santa Cruz de Tenerife. ¡Enhorabuena Carnaval!

 

 

 

 

 

 

 

 

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