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Alta suciedad. Por Eduardo García Rojas

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El cine norteamericano descubrió en los años ochenta que los jóvenes cultivados en la televisión eran sus consumidores mayoritarios. Ese público devoraba –como hoy– cualquier cosa que protagonizara uno de los suyos.

Yo recuerdo a los incorregibles Albóndigas y a la pibada de Porky y sus secuelas con sed de venganza. También a los que tenían problemas como en El club de los cinco o en todas esas películas de terror de casquería cuyos orígenes han sido estudiados con el respeto que se merecen por varios aficionados tarados.

El caso es que en aquel entonces se puso tan de moda esa clase de películas de terror en plan coña que resultó inevitable que entre tanta coña que daba sustos se colara de vez en cuando alguna obra menor pero con intenciones.

Películas que además de explotar el gusto al susto de la juventud, divino tesoro tenían el gusto de incorporar mensajes que, revisados hoy, continúan resultando actuales por su visión –chalada y radical– del universo que rodea a sus protagonistas.

Una de estas cintas es Society (1989) de Brian Yuzna, una especie de rey de la serie B con perdón de Roger Corman que, en su primera experiencia tras las cámaras firmó una revolucionaria interpretación de la lucha de clases en clave fantástica y terrorífica.

Además de una eficaz recreación en forma de pesadilla sobre la perdida del yo en favor de su integración en la colectividad aunque, en esta ocasión, los tiros van contra el selecto club de los ricos y el sistema que los sostiene: el capitalismo.

Society, vista hoy, todavía aguanta el tipo e incluso respira cierto aroma a clásico de un cine que pudo ser pero que terminó por no ser.

Todo ello tan de los ochenta.

Sin embargo, Society conserva su alta toxicidad por recelosa mirada a lo adulto y el discurso potencialmente rompedor contra los que nos crujen.

Hay que verla como un grito de desgarro hecho espectáculo. Un grito paranoico contra esa sociedad retorcida, grotesca y carnal que denuncia en pantalla.

La primera vez que vi Society fue en vhs gracias a un préstamo en la tienda de vídeo de la esquina y el impacto, el ¿qué es esto?, se me grabó en el disco duro.

La refresqué el otro día tras pasármela en dvd un pirata a quien agradezco volver a quemarme los ojos con una videodrome que obliga a repetir pero, pero ¿esto qué es?

Society ya fue una película rara a finales de los ochenta y lo continúa siendo recién entrado el siglo XXI.

Es turbia y da escalofríos.

El tonto del pueblo diría que suscita preguntas. Sobre todo cuando en pantalla observa una orgía de ricos cuyos cuerpos se funden, literalmente, unos con otros.

Revisarla me hizo volver a unos años que ahora recuerdo bajo una agradecida neblina dulzona y dar nombre y apellido a algunos demonios que desde ese entonces salieron a la luz.

O como decía el chalado, lo que ocurre cuando te atreves a mirar al abismo.

Society cuenta la historia de un chico rico que descubre que algo va mal en el hermoso barrio residencial en el que vive.

¿Algo?

Todas las señales le hace sospechar de los otros.

De los vecinos que residen en los chalecitos y mansiones de al lado así como de su familia, que es con quien come y duerme todos los días.

Brian Yuzna, que fue productor también de Re-Animator (Stuart Gordon, 1985), una de las más personales adaptaciones de un relato de H. P. Lovecraft, y director de Rottweller (2004), una adaptación futurista de la novela Como un perro rabioso del paisano Alberto Vázquez Figueroa, no ha pasado sin embargo como el reivindicable cineasta de autor que es, probablemente porque explotó el género de terror en numerosas ocasiones por deber alimenticio.

Pero se olvidan del Brian Yuzna testarudo e independiente.

Ese loco que se perdió en el laberinto al estar empeñado en explotar pesadillas.

Y gran parte de esas pesadillas, de esa desatada desesperación tiene origen en su primera película como director: Society.

Una obra viva y rara, próxima a la denuncia de Están vivos (John Carpenter, 1988) y Viodeodrome (David Cronenberg, 1983) que a los asesinos de frenopático de aquellos años.

Una joya extraña que aún obliga a que digas “pero, pero ¿esto qué es?

Saludos, continúa el Carnaval, desde este lado del ordenador.

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