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Un cóctel del barman don Alberto. Por Ramón Alemán

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Intentar describir brevemente a don Alberto Gómez Font es algo así como llamar ‘camarero’ al artista que hace cócteles, un señor (o señora) al que en rigor debemos llamar ‘barman’. Aun así, intentaré hacer un retrato suyo en pocas líneas. Alberto Gómez Font es un barman apasionado, un conversador sereno y entretenido, de voz grave y mecedora, y también es uno de mis guardianes de la lengua favoritos, porque su alma mestiza –mezcla de Colombia y España, entre otros amores telúricos– ha hecho posible que su trabajo en el ámbito de nuestro idioma quede del lado de los tolerantes, de los que miran con el mismo respeto a la norma y al uso, de los que nadan con idéntica soltura en el mar Cantábrico y en el Caribe, de los que creen que reírse de una falta de ortografía ajena es algo bastante feo.

Antes de seguir con este panegírico, resolvamos el asunto de la palabra ‘barman’. ¿Por qué es mejor usar este término que ‘camarero’ para referirnos a personas como don Alberto? José Martínez de Sousa –otro de mis guardianes favoritos– dice en su Diccionario de usos y dudas del español actual (Ediciones Trea) que a la Real Academia Española no le quedó más remedio que registrar esta palabra en su diccionario de 2001 porque «se trata de una voz imprescindible, para la que se han buscado sustitutos, como ‘mozo de bar’ o ‘camarero’, voces inadecuadas». ¿Por qué son inadecuadas? Porque el barman sirve bebidas alcohólicas (por lo general con gran maestría), pero nunca lo veremos poner un café o un bocadillo.

Por su parte, el Diccionario panhispánico de dudas, de la RAE, dice que «es un préstamo útil, ya que su significado no coincide exactamente con el de la voz tradicional española ‘camarero’, de sentido más general». Por lo tanto, una vez recogida por la Academia, ‘barman’ debe considerarse palabra española. Es común en cuanto al género (‘el/la barman’), su plural es ‘bármanes’ y no hay que escribirla en cursiva ni entre comillas (si aquí la ven a veces entre comillas simples es por el uso metalingüístico que estoy haciendo de ella).

Sigamos. Al margen de su condición de barman, Alberto Gómez Font ha hecho mucho por el cuidado de nuestra lengua, primero en el Departamento de Español Urgente (DEU), de la agencia Efe; después en la Fundación del Español Urgente (Fundéu), de la que fue coordinador general; y más recientemente como director de la sede que el Instituto Cervantes tiene en Rabat y como miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (institución que tendrá mucho que decir sobre la evolución de nuestro idioma en las próximas décadas). También es autor o coautor de varios libros sobre el español y un conferenciante viajero e incansable. Ahora vive en Madrid, donde se dedica al dolce far niente, según se lee en la solapa de un librito que llegó hace unos días al buzón de mi casa y que se titula Español con estilo (Ediciones Trea). Y es precisamente ese libro la razón por la que ustedes están leyendo ahora mismo estas líneas.

Español con estilo es una antología de textos sobre el uso correcto del español, compilados por Gómez Font y publicados hace unos meses por Ediciones Trea, la misma casa que saca a la luz los inmensos trabajos de José Martínez de Sousa. Según explica el seleccionador en la presentación de la obra, esta pretendía ser inicialmente una bibliografía comentada de los libros que más le gustan de la sección de su biblioteca dedicada al buen uso del español, pero acabó siendo eso: una antología de textos, escritos en diferentes países del ámbito hispánico entre mediados del siglo XIX y 2013. Algunos de los autores son de merecido renombre, como el citado Sousa, Fernando Lázaro Carreter, Julio Casares, Ángel Rosenblat, Leonardo Gómez Torrego y Álex Grijelmo.

Otros son menos conocidos –hay incluso un artículo mío, lo cual me demuestra que Alberto Gómez Font valora desmedidamente la amistad–, pero, en términos generales y a falta de que termine de leerme esta obrita, su contenido es muy recomendable para todas las personas que amamos nuestra lengua. En todo caso, el compilador aclara que, aunque trató de evitarlo, no pudo impedir que entre los artículos se colara alguno que otro de autores «con posturas puristas, rayanas con la intransigencia». De ellos, creo yo, también se aprende, aunque solo sea para reafirmarse uno en la postura contraria, la de la tolerancia y el sentido común.

Sin embargo, lo mejor de este Español con estilo es el segundo capítulo, escrito por el propio Gómez Font y titulado «Homenaje a mis maestros de lengua en el Español Urgente». Se trata de un sentido agradecimiento del autor a los gigantes (Lázaro Carreter, Gómez Torrego, Manuel Alvar, Rafael Lapesa…) de cuya sabiduría tuvo la suerte de beber a lo largo de los treinta y dos años que pasó entre el DEU y la Fundéu. Solo la lectura de esta parte del libro ya amortiza el coste de su adquisición, pues nos permite hacernos una idea de cómo debía de ser en aquel entonces el trabajo –riguroso y divertido– de la gente del DEU y de la Fundéu. Pero no queda ahí la cosa: a este capítulo se suman la citada presentación, los ochenta artículos que componen la antología, un índice de los libros de los que se tomaron los textos, un artículo de Gómez Font sobre los manuales de estilo y un completo apéndice bibliográfico de libros y manuales de estilo en español. Un cóctel perfecto, como tenía que ser.

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