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American Noir. VV.AA. Por Eduardo García Rojas

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Es raro encontrarse con antologías dedicadas exclusivamente a relatos policíacos, o negros y criminales o como quieran denominarlo. Por eso solo, todo aficionado al género recibe con una ovación la publicación en español de American Noir, edición en la que si bien Navona no ha puesto el mimo que demandaba (demasiados errores ortográficos, traducción un poquitín plana) sí que cuenta con excelentes relatos negros que garantiza lo que promete: inquietante evasión.

La edición original está al cuidado de James Ellroy y Otto Penzler y al parecer constaba del doble de autores y cuentos que la que ahora se publica en español, pero con todo, los escritores que aparecen en la de Navona son lo suficientemente conocidos y lo suficientemente impactantes para recomendar un volumen que debería de figurar en cualquier biblioteca particular de lectores seguidores de este tipo de literatura. Una literatura que se maneja muy bien en el relato corto cuando quienes la practican son reconocidos protagonistas de esta república de las letras que indaga no ya en la doble moral del alma humana sino también en sus pasiones y anhelos.

American noir se inicia con un relato de James M. Cain que, a mi juicio, no es de lo mejor del autor de novelas como El cartero siempre llama dos veces o Más allá del deshonor. Se titula Pastorale (1928) y, ambientada en una América rural muy pobre y poblada de garrulos, cuenta una historia tan próxima a Cain –de hecho tengo la sensación de que el escritor escribió casi siempre sobre lo mismo pero con distinta variaciones– en la que describe como una pareja de enamorados planifica y comete el asesinato del esposo de la protagonista porque, como escribe James M. Cain: “Lida era como mujer lo mismo que él era como hombre.”

La antología desciende un peldaño con ¡Muere!, dijo la dama (1953), que firma Mike Spillane, un escritor que demuestra que incluso en el cuento se movía por las mismas constantes que definieron su literatura: la venganza como acto de justicia, y una misoginia que leída hoy puede entenderse como bruto machismo. Nada nuevo bajo el sol, aunque American Noir comienza a moverse hacia delante con el tercer relato que compone esta antología, Un profesional (1953), de David Goodis.

Y no es por nuestra sospechosa devoción por Goodis, es que este relato es sencillamente magnífico. Y como las novelas que escribió el que quizá fue el más lírico de los escritores negros de la edad dorada, una contundente historia sobre humillación que proporciona el primer regusto amargo en la boca.

La cuarta historia de American Noir está firmada por otro de los grandes clásicos del género, Jim Thompson, un escritor que crece con el paso de los años por la crudeza de sus historias. En Para siempre jamás (1960) sorprende porque Thompson, el autor de El asesino dentro de mi o 1.280 almas transita no solo por la geografía de lo negro y criminal sino también en las complejas aguas de lo fantástico. La pieza, muy corta, se trata así de un feliz descubrimiento y obliga a demandar más Thompson aunque sea en versión reducida.

Era inevitable que en una antología de estas características también apareciera Patricia Highsmith y una de sus piezas más celebradas entre los que no dejan que pase un año sin recurrir a las febriles y hondamente psicológicas historias de la escritora. En este sentido, y como relato, Lenta, lentamente al viento (1979) cuenta con el sello inconfundible de quien fue madre del refinado psicópata Tom Ripley. El regusto amargo se mantiene por lo tanto en la boca, que a estas alturas del libro ya nos sabe como a regaliz.

La aportación de James Ellroy a American Noir probablemente decepcionará a los que no son seguidores de las crudas y violentas historias del hoy escritor que ubicó el género en la lista de los más vendidos, aunque Desde que no te tengo (1988) tiene que ser entendida más como un divertimento y una prolongación de su ya popular cuarteto de Los Ángeles, esas cuatro novelas que erigieron a su autor en referente de la literatura policíaca por su manera de indagar y mostrar la maldad y la corrupción que anida en el alma de sus protagonistas. Se trata, además, de una historia retro, que ubica a los personajes en unos años cuarenta y cincuenta marcadas por tenebrosas tinieblas.

El gran cuento, el gran relato de esta antología lo firma, a nuestro juicio, Jolyce Carol Oates con su gótico y negrísimo Infiel (1997). Una historia en lo que si algo importa no es la trama, la resolución de un hecho delictivo, sino cómo afecta a sus jóvenes protagonistas y al padre. Un triángulo que apenas se sostiene tras el presunto abandono de la madre.

Infiel no tiene desperdicio, y se absorbe y lee sin poder despegar los ojos de sus páginas. No sé si la señora Oates se merece el Nobel, pero con cuentos como éste no está de más afirmar que es uno de los más grandes escritores del género en la actualidad.

American Noir continúa yendo en sentido ascendente con el siguiente cuento. Lo firma otro clásico, Lawrence Block, y se titula Como un hueso en la garganta (1998), un durísimo relato sobre venganza que cuenta con un demoledor y sorprendente final que reflexiona sobre la pena de muerte dándole la vuelta al calcetín.

Las dos últimas historias de la antología son Quedarse sin perros (1999), de Dennis Lehane y Cuando las mujeres salen a bailar (2002), de Elmore Leonard.

El primero se trata, es un juicio huelga decir que muy particular, de un excelente retrato de personajes y circunstancias. La acción se desarrolla en un ambiente rural que da miedo y a través de una galería de convincentes y creíbles personajes que Lehane muestra a través de diálogos para plantar reflexiones con mucho calado en torno a la amistad y el amor. A nosotros nos dejó k.o. y acrecentó si cabía más el regusto amargo  de las historias que componen este libro. Es decir, que lo amargo supo apoderarse de nuestro ya creíamos domesticado sentido del gusto.

Lo mejor que se puede decir de Cuando las mujeres salen a bailar es que está firmado por Elmore Leonard y que sus protagonistas son dos mujeres muy Leonard. O dos personajes que se mueven más por instintos que por lo que les dicta su cabeza. Así que como sucede en la mayor parte de la literatura policíaca del autor, detrás de la sutil ironía se esconden agazapadas cargas de profundidad que terminan por explosionar en un final que no dejará indiferente a nadie.

¿Conclusiones?

Pues que la edición en español de American Noir, con todos los peros que impone esa sensación de que fue editado deprisa y corriendo, es un volumen necesario para completar la obra de los autores que se reúnen en el libro, y al mismo tiempo una antología necesaria para comprender cómo ha ido evolucionando el género en los Estados Unidos de Norteamérica desde el siglo XX al XXI aunque muchos de los temas se repitan, solo que están narrados bajo perspectivas muy diferentes.

Esto nos obliga a destacar que si usted es aficionado a lo negro y criminal no debería dejar escapar la oportunidad de leerlo. Y que si aún se trata de un novicio, ésta es una buena oportunidad para iniciarse en una literatura donde lo que importa, más que los hechos, es describir esa amarga y existencialista sensación de que, efectivamente, no somos nada.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.

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