FIRMAS Marisol Ayala

Aquellos ´moros huidizos. Por Marisol Ayala

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Escuchando al director de Cruz Roja Española en Fuerteventura, Gerardo Mesa, evocar el desconcierto y las dificultades con las que a partir de 1994 acogieron a las primeras pateras que llegaron a las costas canarias he recordado también cómo se vivió el fenómeno de la inmigración en los medios. Ese año comenzó la llegaba incesante de inmigrantes si bien la primera barcaza que arribó lo hizo el 28 de agos-to de 1991, hace 20 años, con dos saharauis a bordo. Una barcaza que solo cuenta para las estadísticas, pero habrían de pasar dos o tres años para que el goteo inicial se convirtiera en una hemorragia. Nos situamos en 1996 ó 1997.

Para muchos los inmigrantes que llegaban eran “unos moros huidizos”, decían. Todos dábamos palos de ciego. Intuíamos que algo pasaba en Fuerteventura, pero no teníamos ni idea. Lo que nos llegaba eran rumores e imprecisiones hasta que, finalmente, esos comentarios alcanzaron categoría de noticia. Era necesario saber qué ocurría; así que el compañero José Carlos Guerra y yo viajamos a Fuerteventura “porque”, informaron los jefes, “se ven grupos de moros deambulando por las carreteras, en las montañas, pidiendo comida?” Alcanzamos una playa del sur de la isla donde los vecinos nos mostraron los restos de una patera. Cuatro palos. Sus ocupantes habían tocado tierra y andaban por la Isla, huyendo de la policía. Ambos, ni Guerra ni yo, éramos conscientes de que estábamos viviendo el inicio de unos episodios que con el paso del tiempo alcanzarían la intensidad de los dramas más demoledores. La simpatía que despertaron entre la población majorera era evidente, de tal manera que vecinos de la zona nos llevaron a un sótano en el que se escondían 40 ó 50 inmigrantes, hombres y mujeres, a quienes cuidaban. Asustados, cada noche iban a la playa por si el resplandor de El Faro de La Entallada había dejado al descubierto a otros paisanos que hacían la misma travesía.

Apenas un bloc es el único recuerdo físico que guardo de aquel viaje, bueno, eso y los ojos, negros, de mirada limpia con que nos recibieron. Pero por encima de todo mi mejor recuerdo, mi regalo, son los amigos que traje. Saharauis a los que he visto casarse, tener hijos, pagar un piso y vibrar con la UD Las Palmas. La gente más acogedora que conozco. En 20 años 98.443 personas se han jugado la vida por llegar a Europa.

Y es que el hambre pone alas, los hace valientes

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