FIRMAS

Lewis Carroll (1832-1898). Por Gorka Zumeta

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“Sufrí acusaciones de pedofilia por mis fotografías de desnudos infantiles”

No se contentó con escribir una de las obras más populares de todos los tiempos –Alicia en el país de las maravillas-; al contrario: quiso beber de otras fuentes. Y a juzgar por lo que hizo, logró de sobra sus propósitos. Fue profesor de matemáticas, autor de varios tratados de lógica, clérigo e inspirado fotógrafo. Si hubiera que destacar alguna nota de su forma de trabajar, debería hablarse de ‘sensibilidad’. Se convirtió en poco tiempo en un maravilloso fotógrafo de niñas. Como ocurrió también en otros casos, si nuestro invitado no hubiera sido el responsable de varios de los cuentos más populares de la historia de la humanidad, se le recordaría, con justicia, como el gran fotógrafo que fue.

Lewis Carroll, el reverendo Dogson

-Tiene usted fama de excéntrico, señor Carroll.

-Juzgue usted mismo, señor.

-Por cierto, ¿cómo prefiere que le llame: reverendo, señor Carroll o señor Dogson?

-¡Como prefiera usted!

-La historia de cómo se acercó usted a la fotografía ¿tiene algo de ensueño, como su cuento Alicia en el país de las maravillas, o es mucho más prosaica?

-Depende de cómo se mire. Supongo que contiene elementos de las dos partes que cita en su pregunta. Yo era profesor de matemáticas en Oxford. Tendría entonces unos veintitrés años. Un día me encontré con mi tío y un amigo suyo que estaban fotografiando una serie de objetos para un trabajo. Aquel fue mi primer contacto.

-¿Esa fue la magia, el instante de ensueño?

-Tal vez… Tardé un año en comprarme una cámara para hacer mis propias fotografías.

-Por lo que sabemos, una cámara pesadísima, y muy cara además.

-Ciertamente. No era nada cómoda. Tomaba placas de 20 x 25 centímetros y a un precio de 15 libras cada una.

-¿15 libras de qué año, perdóneme?

-De 1856.

-¡Ya está bien, sí! Volviendo a sus primeros contactos con la fotografía y ejerciendo ahora de abogado del diablo -por lo que le ruego me disculpe ante su condición de clérigo-…

-…Por favor, no se disculpe. Prosiga.

La niña Alicia Liddell, inspiradora
de su cuento "Alicia..."

-Le decía: ¿no es cierto que su interés por la fotografía respondía a su propia incapacidad personal para dibujar retratos?

-Planteada de esa forma su pregunta, parece que se trata de un crimen. Es cierto que mis aptitudes para el dibujo no eran precisamente las óptimas. Cuando tomé contacto con la fotografía y vi sus enormes posibilidades de retratar la realidad, no dudé ni un momento.

-¿Y por qué la abandonó?

-Por la presión social de mi época y mi entorno.

-No le comprendo, señor Carroll.

-Como le decía anteriormente, mi interés por la fotografía se manifestó en 1855, aunque no empecé a practicarla hasta el año siguiente. Pues bien, mi producción fotográfica se prolongó hasta 1880. Fueron 25 años maravillosos, pero el final fue muy duro.

-Ahora entiendo. A usted le gustaba fotografiar niñas. La historia le recuerda como el artista más sensible de todos cuantos practicaron este tema en su época. Supongo que en su decisión de abandonar la fotografía influyeron las críticas que recibió a sus imágenes de desnudos infantiles.

-Debo admitir que así fue.

-Vivía usted en medio del Oxford victoriano y no era nada fácil, supongo, soportar las críticas, los comentarios recelosos… incluso -no sé si las hubo- acusaciones de pedofilia…

-Me temo que sí las hubo, de forma más o menos soterrada; pero sí, las hubo. Imagínese usted lo que suponía ese tipo de comentarios para un clérigo, que debía dar ejemplo de moralidad.

-Y… ¿no tenían alguna base las acusaciones?

-¡¡Me ofende usted!!

Carroll con la familia Liddell en el campo. La fotografía de su época
estaba influida por el pictorialismo, superado años más tarde

-Discúlpeme, pero ésa es la imagen que usted da, si no contraataca. ¿Por qué no se enfrentó a aquellas acusaciones, según usted infundadas? Tengo entendido que las niñas a las que fotografiaba desnudas venían acompañadas de sus padres y las sesiones estaban convenientemente vigiladas.

-Así era, pero qué ganaba contestando a las críticas… El mal ya estaba hecho.

-¿Que qué ganaba? ¡Limpiar su honor de toda sospecha!

-No sé. Dudé entonces y sigo haciéndolo…

-¿Por eso destruyó usted sus fotografías de desnudos?

-Justamente. Recuerdo que fue una de las decisiones más duras de mi vida. Había una pugna dentro de mí que me impedía tomar una decisión rápida. Tardé varios días en tomar esa determinación.

-Para nosotros fue una desgracia; aunque nos han quedado unas 2.700 placas de su obra. Permítame además que se lo diga: 2.700 placas llenas de naturalidad, de belleza y de inocencia. ¿Qué significó para usted, señor Carroll, Alicia Liddell?

-Era la hija del decano del colegio donde trabajaba y fue para mí, creo, la encarnación de Alicia en el país de las maravillas. ¿Le parece poco?

-¿Gracias a ella nació el cuento?

-Rotundamente sí.

-¿Y de dónde sacó usted su exquisita sensibilidad para retratar niños?

-Bastaba con ponerse delante de los ojos de Alicia… Su cara, su encanto personal, su ternura, te obligaban a ser fiel al original. Cuando la conocí tenía cuatro años. Fue creciendo conmigo y yo con ella. También fotografié a sus hermanas: Lorina y Edith.

Las imágenes de Carroll poseían una gran dulzura

-¿Y qué decían sus padres?

-¡Que les sacara más fotos!

-Y cuando surgieron sus problemas con la moral de su época, ¿nadie le apoyó ni salió en su defensa?

-Le repito que era un momento muy difícil. Algunos de los padres sí quisieron apoyarme. Hubo algunas tímidas defensas; pero las críticas podían modificar su dirección y afectarles también a ellos. Lo dejamos pasar…

-En fin, perdone que haya vuelto sobre el mismo tema.

-Es su obligación.

-Gracias por su comprensión. Cambiando de tercio, cuando alcanzó fama y popularidad, a raíz de Alicia en el país de las maravillas, aprovechó la circunstancia para retratar a famosos y a nobles…

-¡Y a príncipes! Ese período al que usted hace referencia fue en 1865. Tuve la posibilidad de viajar con mi cámara para retratar a personalidades como Tennyson, Ruskin, Rossetti, o al mismísimo príncipe Leopoldo, el hijo menor de la reina Victoria.

-Eso demuestra la gran afición que tenía por la imagen, porque cargar con el pesado equipo de colodión húmedo que empleaba, era como un via crucis

-¡Hombre! La comparación no es muy afortunada.

-¡Uy! Me olvido que estoy hablando con un clérigo. Le pido perdón, si le he molestado.

-¡Déjelo estar! ¿Me permite que le pregunte yo a usted?

-¡Cómo no!

-¿Cómo les ha llegado mi obra? Me refiero a las condiciones.

-Bastante bien. Además, como usted dejó muchos álbumes con sus copias, se han podido rescatar unos cuantos -creo que doce- que se encuentran en museos y bibliotecas. Le diré por si le interesa que en alguna subasta, en Londres o en Nueva York, se ha pagado mucho dinero por una de sus imágenes.

-Me alegra saberlo. Por lo visto, los veinticinco años que dediqué a la fotografía sirvieron de algo.

Carroll mandó quemar un grupo de imágenes parecidas
a ésta de desnudos infantiles, para evitarse problemas en su época

-¡Sirvieron de mucho! No lo dude nunca. Si no hubiera tenido esos problemas de presión social a los que atribuye su decisión de abandonar la fotografía, ¿hubiera continuado? Porque, ¿dónde se siente más cómodo: escribiendo o fotografiando?

-Le respondo por partes: si no hubiera tenido esos problemas, por supuesto que hubiera seguido trabajando. En cuanto a dónde me siento más cómodo, no sabría decirle: en cada momento que dedico a la creación mi sensibilidad elige por sí misma un camino.

-Eso suena muy poético, pero no lo entiendo.

-Quiero decir que depende de cada momento. La fotografía tiene su lenguaje y la literatura el suyo. A veces se complementan.

-Antes de terminar, señor Carroll, he de decirle que no me ha parecido usted nada extravagante y sí extraordinariamente cortés.

-Gracias por el cumplido, pero sí debo tener algo de extravagante, cuando quienes me rodean se empeñan en destacar esa condición. Tal vez no ha habido oportunidad de demostrárselo. Mis amigos siempre me lo echan en cara.

-¿Me deja que le haga un retrato antes de marcharme?

-No veo que tenga usted el material necesario.

-Me vale con esta cámara digital. ¡Mire aquí! ¡Ya está!

-¿¿Cómo?? ¿¿Cómo lo ha hecho??

-¿Quiere verla? Ha salido muy favorecido.

 

Fragmento del libro «Diálogos Fotográficos Imposibles«, escrito por Gorka Zumeta y publicado por el Centro Andaluz de la Fotografía, Almería 1999.

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