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Regreso a la isla del tesoro, una novela de Andrew Motion. Por Eduardo García Rojas

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Nunca fui un niño travieso ni un mal hijo, pero eso no evitó que decepcionara a mi padre. El robo, el engaño, la crueldad… no me interesaban. Mis defectos eran de una clase menos grave, no iban más allá de una tendencia a vivir asilvestrado. Con frecuencia no hacía caso a los deseos de mi padre y a veces tampoco a sus órdenes. Me resistía a los planes que tenía para mí. Prefería mi soledad a la vida social que él quería que disfrutara.”

(Regreso a la isla del tesoro, Andrew Motion, colección Andanzas, Tusquets Editores. Traducción: Vicente Campos González)

¿Una segunda parte de La isla del tesoro?, ¿alguien osa poner sus sucias manos sobre un clásico de la literatura de aventuras? Ésta y otras cuestiones me asaltaron cuando llegó a mis manos Regreso a la isla del tesoro, de Andrew Motion, una novela que se ha vendido y publicitado como la continuación del célebre título de Robert Louis Stevenson sin percatarse del daño que estaba haciéndole a ella y a sus numerosos lectores,  que aún consideran el original un libro intocable y de relectura obligada.

Sin embargo, la inspiración de Motion es otra cosa. Fabula una historia que, partiendo del original, propone una nueva lectura con resultados –sorpresa– nada desdeñables para el purista así como para quien todavía no conoce –infelices ellos– el trabajo que nos legó el autor de, entre otras novelas, Secuestrado, Catriona o El señor de Ballantrae.

En Regreso a la isla del tesoro vuelven a aparecer, pero solo en su primera parte, Jim Hawkins, ahora dueño de una taberna que lleva el sospechoso nombre de La Hispaniola; y el mismísimo Long John Silver, que regenta en una callejuela escondida de Londres un tugurio que responde al sospechoso nombre de El catalejo.

Pero es un homenaje, como otros tantos que se diseminan con generosidad y manga estrecha a lo largo del libro de Motion. Un escritor y poeta que centra su atención, en esta (im)probable secuela, en sus dos protagonistas: el hijo de Hawkins y la hija de Silver para encender su sed de aventuras y arrastrarlos a la legendaria isla donde los sueños, sueños son.

Con el legendario mapa en las manos, Jim y Natty se embarcan en la Nightingale para surcar el océano en una de las mejores partes de esta vibrante aunque en ocasiones algo lenta singladura, presentando a su capitán y marineros, uno de ellos escocés, un tal Stevenson.

Serán jardineros –dijo otro que se llamaba señor Stevenson, un escocés muy delgado que solía estar encaramado en la cofa, donde hacía de vigía.

Natty y Jim, el capitán y la tripulación desafían tormentas y padecen penurias para desembarcar en tierra firme, donde dejan huellas en la arena de una playa que ya está dentro de mi particular mitología y territorio en el que vivirán nuevas experiencias. Aventuras que ofrecen feliz distracción y que permite reencontrar el lector resabiado con una geografía que conoce, que ama, que forma parte ya de su imaginario individual.

Regreso a la isla del tesoro se convierte así en una novela que bebe de las fuentes que dejó abiertas Stevenson, un libro que Andrew Motion adapta a su manera sin que en ningún momento abandone su aroma a mar. Olor que despierta en el lector un entusiasmo que no desaparece pese a que sepa que se trata de otra historia.

Otra historia que tiene mucho que ver –ha sido mi caso, al menos– con el relato que tanto le inspiró en su ya casi olvidada adolescencia.

La novela, estructurada en seis partes y que supera las trescientas páginas, se lee con endemoniada rapidez porque Motion tiene la capacidad de seducir al lector y de animarlo a continuar.

Ese mismo lector regresa a la antigua empalizada, conoce a nuevos personajes –como un esclavo negro que responde al nombre de Escocia– y se enfrenta contra piratas crueles y residuales, asesinos a los que se les encienden los ojos de odio cuando se les recuerda que Long John Silver vive… porque esta nueva isla del tesoro es un tributo a Stevenson. Universo que Motion revisa con delicado respeto, incluso cuando se atreve a añadir algo de color fantástico a la fauna y vegetación que crece en esa isla donde los sueños, sueños son.

La aventura como género cuenta con escritores mayores. Y Stevenson fue uno de ellos. Nos enseñó que la aventura de la vida es una continúa iniciación. Un proceso de transformación en el que sus personajes, sometidos a todo tipo de experiencias, aprenden a crecer y madurar.

Tras concluir Regreso a la isla del tesoro, creo que al señor Stevenson le hubiera hecho gracia esta novela. Que hubiera disfrutado con un libro en el que se nota un inmenso amor al escritor y a la obra original que lo ubicó entre los autores de referencia de un género que logró trascender con su potentísima lilteratura de evasión.

Andrew Motion le imprime aliento poético al relato, y sus descripciones resultan vistosas. Sobre todo las marineras, que no disgustaría a Stevenson ni a los leales que desde ese entonces se han sumado a su extravagante grupo de seguidores.

Por eso, no dejaría escapar Regreso a la isla del tesoro. Y no solo a los aficionados al extraordinario mundo del autor de La flecha negra.

Estoy ante un libro que conmueve. Y en el que disculpo incluso las libertades que se toma Motion para continuar con un clásico que nunca muere y deja estela. La estela que sobre la superficie del mar marca el Nightingale mientras navega por las mismas aguas que La Hispaniola.

Andrew Motion es consciente que nunca superará al maestro, pero imita y adapta sus formas y estilo. Las formas y el estilo de un escritor al que siempre le estaré agradecido por enseñarme lo mágico que puede resultar un libro.

Un libro, ya lo hemos escrito, que no necesita de segundas ni terceras entregas, pero sí de una novela que, como Regreso a la isla del tesoro, recuperara un tiempo que ya creía perdido porque los sueños, sueños son.

Saludos, no corta el mar, sino vuela, desde este lado del ordenador.

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