La edad no perdona. Casi parece, de hecho, que se divierte bastante triturando los mitos más lejanos.
El último desconcierto, la última llamarada, la turbación más reciente se produce releyendo una historieta de Hazañas Bélicas, que fue una colección de colorines bastante popular en este país de cabestros y que elevó a la categoría de leyenda a uno de los ilustradores más estajanovista de la casa: Boixcar.
Pero no siento nada.
Adiós al rapto de mi niñez cuando me olvidaba del mundo con su lectura.
Las historietas me parecen demasiado largas. Y lentas. No me encuentro, además, con ninguna de las que estaban protagonizadas por españoles enrolados en la División Azul combatiendo contra los soviéticos en los arrabales de Leningrado.
Veo un tomito, a precio prohibitivo, que recoge algunas de las aventuras del Gorila. Pero vade retro Satanás. No merece la pena intentar recuperar la nostalgia de que cualquier tiempo pasado fue mejor recurriendo a la lectura de un tebeo que ya no despierta mi caprichosa capacidad de evasión…
Cosas de la edad.
La edad puñetera que no perdona y que asesina con desarmante naturalidad muchos de aquellos refugios en los que te perdías, hace tiempo, del mundanal ruido.
Se me ocurren otras ideas mientras cierro las tapas del primer tomo de Hazañas Bélicas con expresión de derrota. Al final acabo pasando páginas mientras oteo, más que miro, las historietas que allí se reúnen.
– No te me pongas trascendental.- me dice un amigo que ahora solo se conforma con no despertar más un día de estos.
Trascendental la palabreja.
Pero no es eso, no es eso.
– ¿Sentimental?- dice el amigo que ahora solo se conforma con no despertar más un días de estos.
Saludos, ¿qué hacer?, desde este lado del ordenador.
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