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Un hombre sin aliento, una novela de Philip Kerr. Por Eduardo García Rojas

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Sobreponiéndome a una intensa sensación de vergüenza, me quedé donde estaba mientras el verdugo le pasaba la soga por la cabeza a Hermichen. Tuve la sensación de que con mi mera presencia participaba de manera activa en un acto denigrante de maldad humana no menos cruel y violento que el sufrido por las dos rusas que habían violado y asesinado esos dos soldados. Dos muertes más en ese horrible lugar apenas parecían tener importancia, y sin embargo, me pregunté, ¿cuándo tocaría a su fin tanta muerte? Daba la impresión de no tener fin”.

(Un hombre sin aliento, Philip Kerr, colección Serie Negra, RBA. Traducción: Eduardo Iriarte)

Philip Kerr era hasta ese momento un discreto escritor que vendía libros. Material de evasión un poco más complejo que el que cultivaban otros compañeros de oficio, pero perfectamente olvidable como autor de entretenimiento hasta que acertó con Bernie Gunther: sabueso de la Criminal pero con escrúpulos suficientes para dejar su oficio cuando los nazis llegan al poder; ejercer de detective en el Hotel Adlon y vestir el uniforme porque es alemán para huir de su país acusado de crímenes de guerra tras finalizar la II Guerra Mundial.

Un hombre sin aliento es la novena entrega que Kerr dedica a Gunther y pese a su número de páginas, medio millar, se lee como quien no quiere la cosa.

La acción y posterior investigación, que es lo de menos, se desarrolla en 1943, el año de la derrota en Stalingrado. También de los complots para atentar contra Hitler organizados por un grupo de militares de alto rango, aristócratas y alemanes; y el año del descubrimiento en un bosque cercano a Smolensk –Katyn– de fosas repletas de cadáveres con un agujero en la cabeza.

Los alemanes afirman que estos restos pertenecen a oficiales del ejército polaco ejecutados por el ejército soviético. Este es el mensaje que da al mundo la maquinaria propagandística nazi con el fin de atacar y dividir a los aliados.

De hecho, el gobierno polaco en el exilio en Londres rompe relaciones con la URSS.

Gran Bretaña, la Francia Libre y Estados Unidos miran para otro lado…

En este escenario se mueve Un hombre sin aliento, con un Gunther menos cínico e irónico que en otras novelas, enviado por el doctor Goebbels para que encuentre pruebas.

Pruebas de asesinatos en pleno Armagedón.

Con todo, es un encargo perfecto para Bernie, un sabueso que ahora trabaja para la patria en la Oficina de Crímenes de Guerra de la Wehrmacht.

¿Oficina de Crímenes de Guerra de la Wehrmacht?

Sí, fue un organismo que en aquellos años veló para castigar los desmanes de los soldados alemanes. Es decir, los asesinatos impulsivos e individuales, no cuando liquidaban a centenares de civiles por cumplir órdenes.

Absurdo, ¿no?

“- Venga, teniente, –lo insté–. No hay necesidad de andarse con reticencias. Los dos sabemos que las SS llevan asesinando a judíos en Rusia desde el primer día de la Operación Barbarroja. He oído por ahí que medio millón de personas fueron masacradas en los primeros seis meses.– Me encogí de hombros–. Oiga, lo único que intento es establecer un perímetro dentro del que resulte seguro investigar; un límite más allá del que no me convenga ir de paseo con mis botas de la policía del cuarenta y seis. Porque lo último que nos interesa a ninguno de nosotros es levantar la tapa de la colmena”.

Como en otras novelas de Gunther, los personajes reales se mezclan con los ficticios y la combinación funciona porque Kerr sabe hacerlos creíbles a través de los ojos de Bernie. Una cucaracha que sobrevive en toda clase de ambientes hostiles y sin apenas morderse la lengua. Recuerden que su lengua es, precisamente, la de un sabueso.

Un sabueso que cumple órdenes para sobrevivir.

En las nueve novelas Gunther, el personaje ha ido tomando sustancia. Más allá del atractivo de las tramas en las que el escritor lo envuelve. De hecho, a mi juicio, la razón de las obras es un elemento secundario en sus libros aunque necesario para que el pobre de Bernie aparezca episódicamente, y fielmente, en una o dos nuevas entregas al año.

Un hombre sin aliento, como las otras historias de Gunther, no es alta literatura, ni pretende serlo –aunque Kerr lo intentó demostrar con resultados poco memorables en Una investigación filosófica– pero sí que es una novela que atrapa y enseña. Sobre todo a resistir cuando todo alrededor se desmorona y observas a los aprendices a depredadores moverse a tu alrededor.

Sobrevivir.

Esa es la clave para entender a Gunther.

Un superviviente cansado que se arropa en un edredón de cinismo. Tanto, que incluso deja escapar a una de las mujeres de su vida por ser tan ridículamente competente.

Soldados asesinados en retaguardia, el olor podrido que emana de las fosas descubiertas; un padre y su hija, rusos, muertos en circunstancias espantosas, la guerra de fondo… ecos de una próxima batalla que se librará en Kurst; y expertos de países neutrales para investigar quién pudo acabar con la vida de los miles de restos encontrados en el bosque cercano a Smolensk, sirven a Kerr para urdir otras historias.

Pequeños fragmentos que, a mi juicio, resultan más interesantes que la historia que cuenta en sí. Como el asesinato de Berruguete, experto forense español inspirando en Antonio Vallejo-Nájera, un militar y psiquiatra franquista que se empeñó en demostrar que el marxismo era una tara mental.

Cuentan que trabajó –con el visto bueno de la autoridad– con soldados republicanos capturados como si se tratasen de cobayas. ¿La idea? demostrar que su teoría era cierta.

Lástima que como en casi todas las novelas de este tipo, y no solo las que firma Kerr, cuando se aproxima la conclusión se precipite y deje demasiados cabos sueltos, aunque sospecho que el escritor ahondará en ellos en próximas entregas Gunther

Bernie Gunther…

Philip Kerr le ha puesto nombre y apellido a un superviviente.

Saludos, ¡Documentación!, desde este lado del ordenador.

 

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