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Mandela, símbolo de la libertad. Por Juan Velarde

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Desde hace unas cuantas horas el mundo es menos libre. Ha fallecido (aunque ya se esperaba el triste desenlace) una figura esencial para entender el progreso en derechos humanos que se ha producido en las últimas décadas. Nelson Mandela nos ha dejado a la edad de 95 años y con él se marcha un símbolo de paz, de integración, de concordia, alguien que supo doblegar con paciencia y mucho sufrimiento una política tirana, de sometimiento caprichoso y de puro y duro racismo. El líder sudafricano logró lo que otros advenidizos han encontrado hecho y, aún así, pretenden arrogarse el mérito de haber conseguido la no discriminación por motivos raciales.

Mandela era de estas figuras esenciales en nuestra historia, alguien que fue más que un mero político al uso, alguien que supo luchar con verdadero denuedo por los derechos de todas las personas, un hombre que supo estar por encima de ideologías y que sólo trabajó por la libertad universal. Sus tres décadas de prisión fueron el detonante para que líderes de todos los puntos del planeta se pusieran de acuerdo en algo esencial, que no sólo había que resolver el problema racial en Sudáfrica, ese asqueroso Apartheid, sino que en otras partes del mundo también se estaba produciendo una segregación intolerable. Mandela, desde su presidio, nos estaba lanzando un mensaje claro de lucha sin cuartel y sin armas, una pelea desde la paz, con las armas de la dialéctica y de la razón.

Posiblemente, ya muerto Nelson Mandela, empecemos a valorar en su verdadera dimensión la figura de este Nobel de la Paz, alguien que jamás mostró actitudes revanchistas cuando llegó a ser el máximo exponente político de Sudáfrica. Supo contener las pasiones, naturales por otro caso, que cualquier ser humano pudiera tener cuando ha pasado tantos años sufriendo injusticias, que es tomarse cumplida venganza. Pero él, insisto, ha sabido estar por encima de sentimientos y deseos terrenales. Su misión era conseguir la igualdad, que nadie tuviera que avergonzarse de su color de piel, que se viese como algo normal que una persona negra pudiera alcanzar los más altos éxitos sociales inimaginables. Fruto de su lucha, por ejemplo, es que las dos últimas legislaturas haya llegado hasta la Casa Blanca alguien como Barack Obama. La semilla plantada en una celda inmunda de Sudáfrica floreció años después en Estados Unidos, cuna de las libertades mundiales.

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