FIRMAS Salvador García

Villa, ese director. Por Salvador García Llanos

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Tenemos por norma no meternos con los compañeros de oficio o profesión. Nos lo enseñó un viejo maestro que nos guió, sobre el terreno, en los primeros años de la formación autodidacta. Por mucha razón que hubiera o por muchas ganas que se tuvieran a raíz de alguna publicación. Ni por alusiones, decía aquel director de voz recia y profunda, aún en pleno franquismo. No le iba siquiera el principio de callar y otorgar; prefería que cada quien opinase y luego cargase con una más que probable sensación de aislamiento o desprecio. Era una suerte de «dejen hacer, dejen pasar…» que servía para que se cumpliera lo de no comer carne de perro o lo de bomberos que no deben pisarse la manguera tratándose de la misma profesión. Y era una elegante forma de no hacer caso para que la otra parte se olvidara y no reincidiera. Una forma, en fin, de darse a respetar.

Hemos cumplido razonablemente con esa máxima y queremos seguir fieles a ella pero la trascendencia de lo ocurrido con el director de la radiotelevisión de Castilla La Mancha (RTVCLM), Ignacio Villa, a raíz del tratamiento dispensado a un caso de machismo criminal en una localidad de Guadalajara, hace que la rompamos por considerar inasumibles los planteamientos que hemos podido seguir, especialmente las explicaciones dadas por el periodista, supuesta justificación del tratamiento señalado. Nada que objetar a que el señor Villa profese la ideología que abraza y hasta que presuma de ella si lo desea y se siente así plenamente realizado. Tampoco es cuestión de darle lecciones a tamaña autoridad periodística desde esta humilde tribuna de opinión. Al contrario, solo le invitaríamos a reflexionar sobre lo ocurrido, a que repasara la secuencia e hiciera autocrítica -cuánta falta hace, director, en esta bendita profesión- para intentar concluir que el responsable de un medio público no puede conducirse de esa manera.

Especialmente por su intervención en la comisión parlamentaria correspondiente a raíz de lo sucedido. Sus justificaciones iniciales (impecable, pedagogía, sensibilidad social.., qué barbaridades tan temerarias) al tratamiento dispensado al suceso responden al estilo o la vieja táctica del Partido Popular y de sus gobernantes, que van más allá de argumentar y negar sino que consiste en decir justamente lo contrario de lo que se cuestiona o reprueba: que dicen que la Ley segrega, pues nosotros afirmamos que aglutina; que se van a privatizar los servicios públicos, pues nosotros decimos que los ciudadanos se verán beneficiados con prestaciones de más calidad… Y así sucesivamente.

Pero que, tras las supuestas justificaciones, se desgranaran aquellas expresiones atropelladas e incontroladas, fanfarronadas y bravuconadas, propias de un basilisco, hasta el punto de que el presidente de la comisión le llamara al orden y le pidiera respetuosamente que moderara su lenguaje, reveló que estamos ante un profesional que ha perdido los papeles, un ser desquiciado, un responsable mediático que no es capaz de autocontrolarse ni de medir las consecuencias de una intervención como aquella ni ser consciente de lo que significa comparecer en residencia parlamentaria. Viendo aquella reacción cabe colegir dos cosas: o seguía enrabietado porque la pieza del crimen -cierto, convertida en casquería- le disgustó y era una muesca más en su ya larga carrera de sesgos y desaciertos; o estaba completamente convencido de que no había hecho mal y quería, aunque fuese con una dialéctica dislocada y atrabiliaria, corroborarlo.

Allá Villa con su conciencia y con su deontología particular. Pero que sea consciente de que la violencia de género precisa de un tratamiento mediático no diferente, sino digno. Por respeto a las víctimas y sus allegados, sin necesidad de tener que compararlas. Que repase -no le va a doler sino a ilustrar- el comunicado del comité de empresa de RTVCLM, en el que denuncia un perfil informativo del suceso con estos adjetivos: amarillista, humillante, hiriente, macabro y desagradable. Ni más ni menos. Que estudie desapasionadamente los índices de audiencia del canal para determinar las causas de su galopante pobreza. Que repase también -o igual no le hace falta porque la inspiró él y se trató de una impostura para salir del trance- la intervención de la presidenta de la Comunidad Autónoma en la que anunciaba una televisión plural, sostenible y veraz. Y, en fin, que estudie a los clásicos de la oratoria parlamentaria, que igual se le pega algo de la cortesía en la que basaron su ejercicio y su credibilidad.

Y que nos perdone por haber roto la máxima del viejo maestro. Razones había, desde luego.

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