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‘Solo, una novela de James Bond’ según William Boyd. Por Eduardo García Rojas

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Bond retiró la mira de su sujeción sobre el cañón del Frankel y escondió el rifle bajo un arbusto: ya había cumplido su función. Retrocedió hacia la oscuridad del parque, a la vez que sacaba la Beretta del bolsillo y la amartillaba.”

(Solo, una novela de James Bond. William Boyd, editorial Alfaguara. Traducción: Susana Rodríguez-Vida)

El anuncio de que un escritor con sólido prestigio como William Boyd iba a escribir una nueva novela sobre el agente secreto James Bond levantó numerosas expectativas e incluso generó apasionados debates en las redes sociales. De hecho, muchos comenzamos a frotarnos las manos de entusiasmo esperando otra gran novela de 007 siendo conscientes que tras la muerte de su autor, Ian Fleming, el personaje continúa inalterable. Es decir, que sigue siendo el mismo aunque, mucho me temo, ahora solo en apariencia. Las novelas de James Bond sin la firma de Fleming carecen del fondo profundamente británico del original.  Su bizarra idealización del Imperio ya no funciona en unos años donde la Guerra Fría tiene tantos nombres y apellidos.

Salvo Doctor No y Desde Rusia con amor, el James Bond literario apenas tiene algo que ver con el cinematográfico. Sí, le encanta comer y beber bien, alojarse en hoteles de más de cinco estrellas pero es un semental sentimental. Un lobo solitario por gajes del oficio.

Todos los escritores que han continuado sus aventuras, una vez que Ian Fleming se nos fue a Goldeneye, explotan así esta línea porque es la línea que los lectores de las novelas de James Bond demandan a Bond, James Bond.

El problema es que no hay nada nuevo bajo el sol. Y lo que es más dramático, se nota que son trabajos de encargo.  Imitaciones más o menos acertadas, pero sin la frescura del original. La voluntad de evasión resulta así forzada.

Antes de William Boyd habían probado fortuna con su universo Kingsley Amis con el pseudónimo de Robert Markham en la estupenda falsificación El coronel Sun; y John Gardner, Sebastian Faulk y Jeffrey Deaver, entre otros. Sus novelas, como la de Boyd, no pasarán sin embargo a la historia aunque sí son satélites que giran en torno a Fleming.

Solo, que así se llama la última novela del agente secreto con licencia para matar, resulta de todas formas una pequeña agradable sorpresa. William Boyd retoma la historia donde la dejó Fleming antes de irse al otro mundo. El relato se desarrolla a finales de los años sesenta, con un Bond cuarentón pero aún en plena forma.

¿Su misión?

Detener la guerra en la pequeña República Democrática de Dahum, país que se ha separado de Zanzarim, una ex colonia británica, tras descubrir petróleo en su territorio. Y nada ni nadie –a excepción de Bond– parece que es capaz de ponerle fin.

Hay más historias, y personajes habituales en una novela de James Bond que se precie, como el villano Kobus Breed, un mercenario sudafricano al que siempre le lagrimea uno de los ojos, y mujeres seductoras que casi llegan a romper el corazón de 007 como Bryce Fitzjohn y Efua Blessing. También un reencuentro con su viejo colega y amigo Felix Leiter, agente de la CIA, pero al Solo de William Boyd le falta soledad.

Sí, la novela se lee y se digiere en tiempo récord pero uno esperaba, como lector de Fleming y de Boyd, más oficio e imaginación.

Solo es un trabajo de encargo, generosamente bien pagado, que está muy bien en su superficie pero que no tiene fondo. William Boyd, consciente de la operación, disemina interrogantes en la novela. Da la sensación que con la esperanza de continuar explotando al personaje en otras aventuras.

John Gadner lo hizo, y al final Bond tuvo algo de Gadner. Que gustara o no es otra historia.

El agente con licencia para matar en las novelas de Gadner no es Sean Connery sino Rod Taylor. Y leyendo Solo, de William Boy, hace que lo vea con los rasgos de Connery y Taylor, actor este último que nunca se puso en la piel de James Bond.

Quizá explique esto el desconcierto que todavía gira en mi cabeza en torno a Solo.

Un interrogante más que se suma a otros interrogantes.

¿Por qué?

Solo.

No tengo el tiempo para hacer el tonto contigo, Bond. Este garfio lleva tu nombre. Voy a dejarte balanceando de lo alto de la torre de control”.

Saludos, ¡esto es James Bond!, desde este lado del ordenador.

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