FIRMAS

Maltratar el futuro. Por Gorka Zumeta

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Una reflexión en voz alta sobre lo que estamos haciendo con nuestros becarios y con el periodismo

 

Varias veces he abordado en este blog la situación de los becarios/precarios en los medios de comunicación españoles. La inestabilidad y la incertidumbre se suman a su indefensión, y el resultado es francamente descorazonador. Vuelvo a insistir porque en estas últimas semanas he coincidido con varios antiguos alumnos del CES y me han comentado, todos (cien por ciento de la encuesta, por supuesto sin valor científico; pero estoy convencido de que algo más que anecdótico) que se sienten explotados. A mi pregunta de cuáles eran las sensaciones percibidas para conducir a esa conclusión, me respondían que atendían a su situación dentro de la empresa.

Está claro que la tecnología ha cambiado sustancialmente,
pero la situación de precariedad de los becarios sigue siendo la misma
Los tres trabajaban a destajo. Uno de ellos, además, lo hacía en un turno de madrugada, reservado –se supone- para veteranos, no solo por el horario, que también, sino por el cometido. Esto me recuerda a un hecho que viví en su momento, hace años, en la SER, cuando una joven, algo contrariada, dijo adiós a la beca cuando la cadena la destinó al turno de “Hablar por Hablar”, o sea, de madrugada. La razón no fue otra que la negativa de sus padres a que su hija -21 años- trabajara en ese horario, del que presumían una grave inseguridad en la calle y en la zona (corazón de la Gran Vía). De nada sirvieron mis explicaciones a los padres de que los traslados eran en taxi y de que el vigilante de la puerta, situado a escasos ocho metros de la calzada, estaba pendiente de las llegadas a ciertas horas, donde la conflictividad era mucho menor de la imaginada. Finalmente la joven abandonó la SER obligada por sus protectores padres, pese a que su voluntad era atender el puesto ofrecido.
La sensación de ser explotados se certificaba además, por si existía alguna duda, en que dos no cobraban y una, poco, pero sí, algo. Para no desvelar quiénes no cobraban no diré que era Castilla-La Mancha Televisión. Mi ex alumno llevaba casi un año trabajando por amor al arte en Toledo, ¡y contento! Su situación familiar, por fortuna, le permitía mantener esta situación, pero su motivación, aunque era alta, no podía perdurarse en el tiempo indefinidamente, porque todo tiene un límite.
Concederles una beca es ocuparse de su  formación en la empresa.
Nadie lo desarrolla de esta forma
El nivel de exigencia, por supuesto, no era el acorde con la remuneración. Quiero decir que mi ex alumno, cuya identidad mantendré oculta para evitar represalias, no iba de visita, sino que trabajaba, tal vez no con la misma eficacia que un redactor con más años de experiencia, pero sí con la misma, o superior, dedicación. En lo que respecta a inversión de horas, superaba su turno adscrito con creces, y nunca se quejaba de si la tarea se prolongaba más allá de lo preestablecido. Y luego, a fin de mes, ni un euro ( y a veces ni las gracias).
¡Qué poca vergüenza manifiestan los responsables de Castilla-La Mancha Televisión cuando no dotan a sus becarios de la correspondiente partida de recursos, siquiera básicos, para agradecer de la manera como se debe, el esfuerzo y el tesón vertidos por estos jóvenes entusiastas al frente de sus diferentes responsabilidades. ¿Con qué cara pueden exigir a los chavales que cumplan un horario, y desarrollen una labor profesional al frente de los informativos o los programas de esta empresa? Me resulta difícil, cuando no imposible, entender su postura, sin recurrir, como explicación, a su persistente e impresentable racanería y falta de escrúpulos para mantener esta situación.
Tampoco dice mucho de los sindicatos que, viendo la situación, la silencian sin denunciarla, presos del acomodo o, tal vez, del miedo. Más aún cuando los becarios, trabajo gratuito, cubren las plazas de redactores despedidos con la nueva Reforma Laboral del Partido Popular, partido al que sirve la actual Castilla La Mancha Televisión. Pero no es mi objetivo cebarme con este medio, sino extender mi rabia allá donde prosigan su ejemplo, lo amparen y lo defiendan. No es un proceder honesto, ni solidario con la profesión, que atraviesa uno de sus peores momentos, desde luego, el peor que yo he vivido.
Y lo peor es que esto, a corto plazo, no tiene signos de cambiar. ¿Para qué, si así funciona? –parecen preguntarse las cabezas pensantes que son capaces de fomentar semejante despropósito-. ¡Qué manera de hacer oficio! ¡Qué empeño para hundirlo!
¡Qué fácil se derrumban las ilusiones!
En otros medios, como la SER, por ejemplo –donde ejercía de becaria otra de mis ex alumnas- se abona por las prácticas 300 euros al mes. No es mucho, la cifra lleva arrastrándose demasiado tiempo, sin aplicar ninguna subida (pero tampoco bajada, es cierto). Pero al menos se paga algo. Hay quienes pueden mantenerse un tiempo con este dinero y la ilusión y la motivación por trabajar ¡en la SER! les empuja a continuar, pero la prolongación sin esperanzas de esta situación termina por quemar y desencantar. La SER, es cierto, es mucha SER, pero llega un momento en que no compensa tanto esfuerzo por tal infrasueldo. Y eso es lo que ha hecho mi ex alumna: marcharse, abandonar el barco, ahora que es joven y puede seguir formándose. Se marcha para evitar perder la ilusión por una profesión que le apasiona, después de desarrollar un magnífico trabajo en la radio de Prisa.
Estamos, en nuestro oficio, tirando piedras contra nuestro propio tejado. Tarde o temprano, estos mismos jóvenes, a los que ahora maltratamos de esta forma, serán los que continúen nuestra labor, la de sus mayores, los mismos que les ningunearon, y les exigieron responsabilidad y profesionalidad, a cambio de nada. ¡Menudo intercambio! Esta situación, de precariedad, hace vulnerables a los periodistas. Les convierte en carne de compadreos, cuando no asuntos más serios, relacionados con la corrupción, a nada que les prometan algo de dinero, el que les niegan por el ejercicio del periodismo honesto. Luego pedimos que nos crean y enarbolamos la bandera de la independencia y la credibilidad. Unos y otros nos estamos cargando la profesión, y estamos dejando a los recién llegados en la cuneta, aparcados.
Los períodos de prácticas son para generar ilusión, para multiplicar la motivación y realimentar la voluntad de perseverar en el oficio. También constituyen la oportunidad para confirmar si uno tiene madera de sufridor y si está dispuesto a asumir que en esta profesión uno no se hace rico, como mantenía en este mismo blog, hace unos días el periodista de RNE, Magín Revillo. Ejercer el periodismo es, de alguna forma, elegir el sacerdocio. Sin vocación es imposible soportarlo. Pero, cuidado, muchas veces con vocación también resulta insostenible.
No hay nadie más agradecido que los becarios cuando se les
dedica tiempo y atención. Aquí los becarios de Onda Cero,
"Becarios en la Onda".
En realidad, el período de prácticas no es un tiempo dedicado a la formación de nuestros futuros colegas, unos meses en los que ejercer sobre ellos una tutoría prolífica donde se manifiesten sus sueños y objetivos, incluso sus miedos, por qué no. Al contrario, este tiempo se ha convertido, para algunos de ellos, en el mayor fiasco de su vida, cuando se dan cuenta de lo que tienen que hacer, a cambio de una palmadita en la espalda, cuando llega (y si llega). Se han convertido en mano de obra barata (¡muy barata!) con una relación calidad-precio más que razonable cuando no, en algunos casos, extraordinaria, por actitud e incluso aptitud.
Señores directivos, si alguno lee estas líneas, pónganse ustedes en la situación de quienes llegan a sus redacciones después de superar unas complicadas pruebas, teóricas y prácticas y, en la mayoría de los casos, además, una entrevista personal, como si fueran las pruebas para acceder a un puesto en una multinacional. Después de ese esfuerzo inicial, y de varios meses dándolo todo, con ilusión y orgullo de pertenencia al medio, solo obtienen una carta de recomendación o una línea en su curriculum. Sean un poco más espléndidos, designen a un redactor jefe-tutor que les pastoree durante su tiempo en prácticas y remunérenles lo más dignamente posible. Solo así conseguiremos alejar las debilidades y alimentar las fortalezas. El periodismo nos lo exige. Pero más los futuros periodistas.

 

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