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¿Viajar sin cámara? ¡Imposible! Por Gorka Zumeta

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En ocasiones me han preguntado, amigos y conocidos, por las pautas básicas para fotografiar las vacaciones y no regresar a casa con un sinfín de imágenes insulsas, incapaces de recrear, por sí solas, las vivencias de un intenso viaje. Reconozco que llegar a este resultado no solo traumatiza, por la incompetencia –técnica en la mayoría de los casos- sino que además arruina el regusto y la resurrección en imágenes de los únicos días del año en que vivimos como queremos.

Tierra de Almería, junto al Cabo de Gata  (Fotografía Gorka Zumeta)

 

No es momento, aunque tal vez se me deslice alguna que otra regla, de enumerar los consejos que cualquier libro de fotografía aporta a quien pretende simplemente documentar unas vacaciones de la mejor manera posible. Pero sí, en cambio, de pensar en torno a lo que queremos hacer con nuestro viaje.

¿Viajamos para componer el álbum fotográfico (o el CD) o, por el contrario, lo hacemos por el simple placer de viajar? ¿Un viaje sin fotografías no es igual de placentero que uno repleto de imágenes? ¿Y la obtención desatada de fotografías no merma la calidad del viaje en sí, al hacernos desatender un mayor aprovechamiento del momento vivido? Dejo las preguntas encima de la mesa de nuestra reflexión común con la intención de fomentar el análisis personal sobre este asunto, que abordaba en parte, grosso modo, en un anterior post.
Árbol doliente (GZ)

Responder a las cuestiones anteriores, personalmente, posee ya consecuencias inmediatas en el planteamiento inicial de nuestro equipo fotográfico. Si la respuesta es “yo quiero vivir intensamente mis vacaciones, y además, hacer alguna que otra foto” el equipo se verá reducido a su mínima, e imprescindible, expresión. Una cámara compacta, a poder ser con una óptica de calidad (Leica, las Panasonic, por ejemplo) cubrirá perfectamente la función deseada para lograr este fin. Si por el contrario, el planteamiento de salida es “yo quiero hacer un buen reportaje fotográfico y, si puedo, disfrutar del viaje”, en este caso el equipo deberá cumplir con otra serie de requisitos más profesionales, o semiprofesionales. Uno, o dos, cuerpos de cámaras réflex digitales, con sus ópticas correspondientes (no olvidar nunca un buen gran angular, a poder ser de óptica fija para plasmar con calidad las imágenes) cumplirán con creces nuestras necesidades.

La fiebre de los megapixeles
Los fabricantes de cámaras fotografías tienen que ir incorporando novedades en sus productos para seguir creciendo, y vendiendo. Con frecuencia, el atractivo de los megapixeles constituye el primer anzuelo para los incautos compradores que, ignorantes, caen en las redes de su progresivo aumento, realmente desproporcionado. El elemento esencial de una cámara fotográfica digital no es, ni mucho menos, su capacidad en megapixeles; sino –como toda la vida- la calidad de su óptica. Ni el tamaño, ni el color, ni los automatismos –que ayudan, sin duda-, ni el tipo de batería empleada –que condiciona-; lo que realmente resulta determinante es la óptica montada en la cámara. En una cámara compacta, se parte de un tamaño del sensor (lo que equivaldría al tamaño del negativo en los antiguos carretes de fotografías) muy pequeño, por lo que la ampliación requerirá mayor esfuerzo que si se parte del tamaño del sensor de una cámara digital réflex (que más o menos se corresponde con el tamaño de 24 x 36 mm del antiguo negativo). Los megapixeles tienen que ver con la capacidad de aumentar el tamaño de la copia, mientras que la óptica influye decisivamente en la calidad de la imagen. Si se parte de una mala imagen, esta carencia será más evidente cuanto mayor sea la ampliación. Por eso, como antiguamente (y esto no ha cambiado) el elemento decisivo a la hora de decidirse por una u otra cámara será la óptica, y no los 14, 15, 16 ó 18 megapixeles de capacidad de la cámara. Muy pocos aprovecharán realmente esta funcionalidad y si no, piensen cuántas copias ha impreso usted de 40 x 50 cm, o incluso superiores.
Antes de proseguir, debo entonar el mea culpa porque yo he sido de los que, a menudo (y aún sigo cayendo, de vez en cuando, en esta telaraña) he confundido el viaje con la obtención de imágenes del viaje. Me estoy corrigiendo. Y también en lo que se refiere al equipo fotográfico que utilizo en mis salidas: una cámara compacta, simple y llanamente. Con varias tarjetas, y eso sí, buena óptica. Pero compacta, al fin y al cabo. Si se parte de un buen original, posteriormente, frente al ordenador, utilizando el photoshop, o software similar, uno puede enriquecer mucho más la toma, y lograr una fotografía realmente atractiva.
Cebra de Cabárceno (Cantabria), manipulada (Fotografía Gorka Zumeta)

Sin embargo, aquéllos que, en un viaje personal, vacacional, con la familia, opta por cargar con la mochila, con la cámara, los objetivos, el flash, el trípode, los discos duros, etc. es posible que termine no solo cansado físicamente –esto seguro- al cabo del día; sino aburrido de la complejidad técnica que él mismo se ha creado, para su propia incomodidad. Sobre todo si el objetivo final de esas fotografías es el mismo que el perseguido por el anterior perfil de cámara compacta: visionar las imágenes en el ordenador o, como mucho, en el televisor HD del salón. Las compactas, hoy día, no solo proporcionan la calidad fotográfica suficiente como para aprovechar los modernos televisores, sino que la mayoría de ellas también lo consiguen cuando lo que se elige es el video, en pequeños clips.

Establecido el qué, y el con qué –tan directamente relacionados, como hemos visto- le toca el turno al cómo. Cuál debe ser el procedimiento para lograr unas imágenes atractivas de un viaje. No voy a extenderme, como prometía al comienzo, en reglas de composición más o menos conocidas, sino en trucos, en recomendaciones muy simples que ayudan a perfeccionar el estilo fotográfico más básico.
En primer lugar, llegados a un sitio que desconocemos –paisaje- mi primera recomendación es acercarse a un puesto de souvenirs, tan extendidos, y estudiar las postales y sus puntos de vista. Es una extraordinaria referencia –gratuita, además- que nos servirá para orientarnos en torno al procedimiento que deberemos emplear para captar lo que tenemos delante. Evidentemente intentaremos soslayar lo que ya está hecho, e intentaremos aportar algo más de nuestra propia cosecha. Si no cumplimos con este sencillo requisito previo, es muy probable que caigamos en la reiteración más vacua y sin sentido, puesto que técnicamente la postal, por lo general, estará técnicamente mejor lograda que la imagen que nosotros podamos conseguir.
"Perro de lanas sobre cascada", Monasterio de Piedra, Aragón (Fotografía Gorka Zumeta)

En segundo lugar, ante un retrato, debemos perder el miedo a acercarnos más. Es muy habitual que, a la hora de introducir personas en nuestros paisajes, les plasmemos tan lejos (y por tanto tan pequeños) que casi no se perciba su gesto. Está bien integrar el entorno con el interés humano, es un buen emparejamiento; pero una vez logrado, acerquémonos más a nuestro ser querido, pareja, o hijos. El zoom es una buena herramienta para conseguirlo. No será la primera vez que alguien se me acerca a pedirme que les haga una fotografía y desconocen tal o cual funcionalidad de su cámara y se sorprenden ante mi manipulación, tan natural e intuitiva en la mayoría de las cámaras. Éste es, sin duda, otro de los grandes problemas con que se enfrentan quienes se acercan a la fotografía solo durante sus vacaciones: no conocen su propia cámara. Pero eso sí, han pagado por ella un buen precio, por todas sus funciones, aunque utilicen el veinte por ciento de sus posibilidades.

El sol y la sombra. Otro de los errores de los menos duchos en este arte de la fotografía de viajes. Nunca al sol, salvo que no haya otra alternativa. Fotografiar a alguien al sol (por delante de él) le incomodará el gesto, fruncirá el ceño y tenderá a cerrar los ojos, más cuanto más claros los tenga. Fotografiar a alguien al sol (por detrás de él) obligará a corregir el contraluz con un golpe de flash, y no siempre se acierta; aunque en las cámaras modernas está muy bien compensado. Conclusión: las sombras ofrecen muchas más ventajas que el sol directo. Otra alternativa puede ser el sol y sombra, pero cuidado en este caso con las luces más duras que puedan originarse, y que pueden dar al traste con la imagen, salvo que se compensen con luz artificial.
Piedras de Londres, junto al Támesis  (Fotografía Gorka Zumeta)

Y por fin, y huyo deliberadamente de decálogos o similares que, al final, se olvidan, otro truco que permiten las cámaras digitales: la obtención de secuencias. Tanto las compactas (disparo múltiple) como las réflex (ráfagas) permiten fotografiar series de imágenes, incluso con correcciones de exposición, de medio diafragma, en algunos casos. Dada la facilidad técnica y el coste –inexistente- es una muy buena herramienta para alcanzar los retratos más naturales, con el gesto más adecuado o, como decía, la exposición más correcta. Posteriormente, ante el ordenador, deberemos cribar nuestro trabajo, y elegir aquéllas que realmente merezca la pena conservar. Recomiendo, en este trabajo, ser exigente y prescindir de todas las imágenes que no alcancen un mínimo de calidad imprescindible. Es también muy habitual encontrarse con  archivos donde la mitad de las fotografías sobran, por diferentes razones. No seamos tan reacios a la autocrítica.

Y así, con estos, y otros consejos que nuestra propia experiencia irá acumulando, iremos logrando fotografías cada vez mejores, de las que nos sentiremos más orgullosos. Y un último, y rápido, consejo para terminar: si tiene tiempo, hurgue en su cámara, en sus botoncitos y funciones. Descubra la posición M (Manual) e intente ser más creativo. Verá cómo la recompensa merece la pena. ¡Felices Vacaciones!

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