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GENERACIÓN Y. En busca de la píldora perdida. Por Yoani Sánchez

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El pedazo de papel lo dejaron por debajo de la puerta, pero sólo lo encontró al otro día. La lista estaba escrita con una letra tosca, con una ortografía que cambiaba “r” por “l” y algunas “b” por “v”. No obstante lo entendió todo. El diazepam seguía a 10 pesos una decena de pastillas y debía garantizar una diaria, al menos para el próximo mes. El paracetamol tampoco le podía faltar, así que anotó al lado del nombre del medicamente un número dos. Esta vez no necesitaba alcohol, pero a la Nistatina en crema sí que se apuntaba. A su hijo, inquieto por naturaleza, le vendría bien unos meprobamatos de manera que también escribió una cantidad para varias semanas. Este comerciante era confiable, nunca la había timado, todas las medicinas eran de buena calidad y algunas hasta importadas. Más de una vez le compró los pomos sellados que decían “prohibida la venta, sólo distribución gratuita”.

El negocio de medicamentos y otros implementos hospitalarios crece cada día. Un estetoscopio cuesta en el mercado ilegal el salario de dos jornadas laborales; un spray de Salbutamol para asmáticos necesita del monto de todo un día de faena. Ante las desabastecidas farmacias estatales, los pacientes y sus familiares no se quedan de brazos cruzados. Un rollo de esparadrapo ronda los 10 pesos moneda nacional, el mismo precio que un termómetro de cristal. Se quebranta la ley o se sigue calculando la fiebre con la mano sobre la frente. El peligro, sin embargo, no viene sólo de infringir lo establecido. Muchos clientes en realidad se automedican o consumen píldoras que ningún doctor les ha prescrito. Ante el vendedor clandestino, no es necesario mostrar una receta y éste nunca cuestiona qué hará el cliente con las pastillas o los jarabes.

A pesar de las sucesivas barridas contra el contrabando de medicamentos, el fenómeno parece aumentar en lugar de reducirse. En la zona habanera de Puentes Grandes una antigua papelera devenida almacén de fármacos, es el emblema de las estrategias y los fracasos gubernamentales para prevenir la venta ilícita. La policía está incapacitada para erradicar la situación, pues el desvío de medicamentos lo llevan a cabo desde almaceneros, técnicos en farmacia, enfermeras, doctores, hasta directores de hospitales. Las demandas más altas se centran en analgésicos, antiinflamatorios, antidepresivos, jeringas, algodón y cremas contra dolores. Al ilegal mercado de los fármacos lo acompaña también la adulteración y la falsificación.

Unas pequeñas píldoras blancas, pagadas a treinta veces su valor oficial, pueden terminar el problema o comenzar otros más graves.

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