FIRMAS

Vigías en el puerto de Santa Cruz. Por José Manuel Ledesma

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El 18 de abril de 1506 el Cabildo acuerda: «que en el día de la Santa Cruz de Mayo el puerto y la isla comenzaran a ser guardados de sorpresas mediante un sistema permanente de velas o guardas, confiándose la vigilancia a Gonzalo Mexia y a Luis de Salazar, como sobre-guardas, con dos hombres cada uno, los primeros desde Roque Bermejo a la parte de Anaga y los otros abajo de Santa Cruz, en la Punta de la Sabina, Puerto de los Caballos, los cuales se avisarán por sus hornos; ganarán mil maravedies cada uno, tanto los vigías como los sobre-guardas».

Relativo al vigía de Anaga, un antiguo informe dice: «siguiendo la costa y como a una legua del Valle de San Andrés y a unas tres de la Plaza de Santa Cruz de mucha dificultad para el desembarco e internación en la Isla, se halla el Valle de Higueste que tiene aguas todo el año. Está al pie de la montaña en que está el vigía o Atalaya de Anaga, con dos palos astas-banderas para hacer las señales de avisos a la Plaza de los buques que aviste el atalayero, por ser esta punta al N. de la Isla la que generalmente reconocen los buques que a ella vienen y aún los que cruzan o navegan hacia el Sur. Para el Atalayero hay una casetita abovedada y tiene el surtido de banderas, drizas, anteojo y demás utensilios propios de este servicio, que como los palos asta-banderas y su provisión y reemplazo están a cargo de los arbitrios de fortificación bajo la dirección del Cuerpo de Ingenieros… Este vigía de Anaga se halla a unas 9 millas de la Plaza y es desde donde el atalayero da cuenta de los buques que avista».

Al principio, estos guardas de las atalayas mantenían, con carácter permanente, un «fuego de obligación» para señalar que estaban en su puesto; luego, cuando descubrían el navío, a diez o doce millas de distancia, lo comunicaban, rápidamente, a Santa Cruz con tantas hogueras como barcos vislumbraban. A partir del aviso se tocaba a rebato, hecho que se traducía en una movilización instantánea de la población armada en el momento de la emergencia.

La atalaya de “La Rajada”, también llamada atalaya Vieja, la llevaban los vigías José Matías, Luís Rodríguez y Salvador García; pero, la noche del 22 de julio de 1797, cuando el ataque de la armada británica, al mando del contralmirante Nelson, por motivo de la alerta, estaba de guardia Domingo Palmas, el cual había sido agregado a esta Atalaya por ser entendido en el uso de señales y banderas.

Arropados en su manta esperancera, escudriñaban con sus ojos el horizonte tratando de descubrir las velas de los barcos enemigos de España.

Estos atalayeros cobraban 20 pesos mensuales, tenían permiso para cultivar las tierras que existían en aquellas laderas y se les daba licencia para construir su casa en los terrenos anexos.

Estos vigilantes se resguardaban del viento y la lluvia en muros de piedra seca llamados chozos o goros; su trabajo, en la mayoría de los casos, era eventual y cobraban el salario en dinero o especies, de manera intermitente.

En 1852, se estableció un nuevo plan de señales para lo cual se colocaron los palos asta-banderas con vergas y herrajes y se les dotó de bolas gallardetes, tanto al vigía como al Castillo de San Cristóbal, luego, este último repetía las señales que hacía el vigía y así, se enteraban en la ciudad de lo referente al servicio de buques.

 

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