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Con-fusión. Por Eduardo García Rojas

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I.-

En uno de mis tradicionales paseos por el lado salvaje de la ciudad, que aún existe aunque boquee como un pez sacado del agua, paseo con una idea fija en la cabeza mientras de oscuros zaguanes me invitan a entrar voces de todos los sexos conocidos, así como evito dando saltos ridículos los charcos que se salpican una calle estrecha y por la que solo puede circular un automóvil que justo en ese momento, cuando un tipo embutido en un abrigo grueso que se va a tropezar conmigo, desaparece como por encanto cuando de un coche que se desliza a mi lado se irradia una luz azulada y suena el canto de una sirena.

Veo dentro del vehículo el rostro malencarado de un hombre que me muestra una placa donde se lee policía y me ordena con un gesto que me pegue a la pared para que el coche pueda continuar con su patrulla en este extraño callejón donde todo lo que se promete tiene un precio.

¿Un precio?

Continúo con mi paseo mirando a un lado y al otro.

Las mismas voces que escuché momentos antes vuelven a sugerirme experiencias desde los zaguanes oscuros cuando me doy de bruces con el hombre del abrigo que nada más verme me muestra un disco y sonríe enseñando los dientes ennegrecidos por la nicotina.

– ¿El conseguidor?- pregunto mirando a un lado y al otro.

El tipo asiente y me entrega el disco, una copia pirata con la tercera temporada de Boardwalk Empire anuncia escrito en tinta azul sobre su superficie circular y plateada.

– ¿Cuánto?- digo tragando la poca saliva que me queda.

La boca del hombre se transforma en una mueca y murmura una cantidad que, inevitablemente, tengo que negociar hasta alcanzar un acuerdo.

– ¿Se trata de la versión original con subtítulos en español?- susurro.

– Doblada, nadie es perfecto.- responde el hombre del abrigo al que se tragan las sombras del callejón.

II.-

El tranvía me deja cerca de casa.

Salto a la calle donde me abraza el calor húmedo de la noche africana y llego a la cueva donde con mano nerviosa pongo el disco en el deuvedé mientras me dejo caer en el sofá.

III.-

Me hago un lío con el orden de los episodios, pero pulso el que pone primero dándome cuenta que asesinan a uno de los protagonistas que, caramba, reaparece en el episodio que dice segundo vivito y coleando. Me doy cuenta al llegar al capítulo cuarto que es supuestamente el primero porque en mi cabeza se mezclan acciones pasadas con presentes, y presentes con pasadas porque no hay orden sino un desorden que obliga a que mi mente trabaje y dé algo de coherencia a un relato que parece que quiere jugar conmigo a la Rayuela.

Creo, me digo a mi mismo, que lo que aquí figura como tercer episodio debe ser el segundo y el cuarto, el primero, y el tercero, el sexto, y el quinto, el tercero…

Un lío que se me antoja delicioso por su caos, al obligarme a reconstruir una y otra vez historias que observo sin orden ni concierto y en las que, como ya digo, personajes que mueren, reaparecen vivos y coleando en el siguiente episodio por lo que las estrategias para hacerse con un cargamento de alcohol ilegal o quitarse de en medio a alguien inoportuno pasan a segundo plano porque ya que he tenido noticia de ellas antes de averiguar cuál fue su origen.

He aquí la clave de este aparentemente confuso visionado: el antes es después y el después es antes.

En contra de lo que pudiera parecer, ver de esta manera Boardwalk Empire ha sido como un ejercicio intelectual. Algo así como comenzar a leer un libro por la mitad y luego continuarlo por el final para terminar con el principio.

El notable esfuerzo para dar coherencia a lo que solo parece un aparente caos ha sido, en este caso concreto, divertidísimo y extraño a la vez. Casi como si empezara la casa por el techo, o armar un rompecabezas por el final.

Un proceso en el que te preocupas por darle inquietante coherencia caótica a esa estupenda serie de televisión que es –doblada o en versión original– Boardwalk Empire.

Saludos, con-fusión, desde este lado del ordenador.

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