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Corrupción en serie. Por Carmen Merino

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corrupcionenserieIlustración: Miguel Luque

¿Política y corrupción son siempre elementos de una misma ecuación? Es fácil caer en la tentación de hacer una afirmación de esa naturaleza, sobre todo en las actuales circunstancias de rechazo de la sociedad a su clase política. Fácil pero sobre todo injusto, porque política es un concepto mucho más amplio que el sospechoso juego que se traen entre sí los partidos políticos y los poderes económicos. Y en ese amplio concepto de lo que es la política, hay mucha gente honrada que está al servicio de lo público no solo sin enriquecerse, sino sin ningún tipo de compensación.

Sea como fuere, la política y la corrupción se han convertido en un tema de moda en el mundo audiovisual,  aunque fundamentalmente en su versión serie de televisión y sus  correspondientes ediciones en DVD. La gran pantalla aún no se ha atrevido a meterse de lleno en temáticas a día de hoy  tan recurrentes en las producciones de televisión y que, en muchas ocasiones, se entremezclan en otros muchos géneros, como el drama legal o el thriller policiaco.

Pero no se trata de un capricho de productores y guionistas. El capricho no es lo que mueve la industria audiovisual. Las nuevas series de temática política responden a esa necesidad de la sociedad de ver apalaeados en la pantalla a aquellos que, con sus malas prácticas, han llevado al mundo occidental a una situación económica y social insostenible. Se trata de series que se adentran en asuntos tan imbricados con la práctica política como la corrupción en todas las vertientes imaginables y que muestran las tripas de un sistema político, en la mayor parte de los casos el norteamericano, que los ciudadanos no aprueban.

Y digo en la mayor parte de los casos porque también en España ha habido una tentativa en este sentido, la serie Crematorio con Pepe Sancho como protagonista, que se mete en los entresijos de la corrupción política ligada al desarrollo urbanístico y turístico de nuestras costas. Una serie de una calidad más que aceptable pero que no consiguió gran trascendencia. ¿Será que los españoles tenemos ya demasiada realidad en materia corrupción sobre nuestros hombros como para recrearnos con ella a la hora de la cena? No tengo la respuesta.

Para intentar demostrar lo que argumento me interesa empezar con una serie que ya se ve en las pantallas españolas y que tiene un enfoque en lo que respecta al tratamiento de la corrupción que, en mi opinión, es muy singular y además era necesario abordar. Es el caso de The Good Wife, una serie estrenada en 2009 que en realidad se desarrolla principalmente como uno de tantos dramas legales. Lo más interesante de The Good Wife es que, como punto de partida, toma un caso en el que la corrupción es observada desde un punto de vista distinto del habitual: los estragos que causa en una familia más o menos normal que uno de sus miembros esté inmerso en una caso de corrupción que por su alcance, se trata del Fiscal General del Estado, se convierte en tema principal y recurrente los medios de comunicación.

En The Good Wife vemos como la aceptación por parte de la esposa de servir de cortafuegos para los problemas políticos que acarrea a su marido un lío de faldas -aquí parece imprescindible citar el caso de los Clinton- termina por desestabilizar una familia con hijos menores que se ven envueltos en una situación peculiarmente negativa en pleno período de desarrollo.

Más interesante y específicamente político es el caso de Boss, un drama donde política y corrupción se desarrollan en perfecta y desgraciada sintonía. En Boss merece la pena destacar el papel de su protagonista, Kelsey Grammer, el gran Fraiser, que en esta ocasión borda un papel dramático.

La trama de Boss se inicia con la detección de un enfermedad neurológica, degenerativa -que afecta a la cognicion y es incurable- en el alcalde de Chicago, Tom Kane, quien lejos de abandonar su cargo decide mantener en secreto su situación y continuar al frente del gobierno de la ciudad.

En Boss la corrupción política se expresa con toda su crudeza, tanto en lo que se refiere a la connivencia entre el poder económico y el poder político, la brutal especulación del suelo y las traiciones entre los miembros de las organizaciones políticas, como en el desprecio de ambos a las clases desfavorecidas, a las que unos y otros no conceden otra utilidad que la del mero instrumento para conseguir sus propios fines.

Pero como en el circo, en Boss hay una última pirueta en materia de corrupción política, que es la corrupción de la propia democracia mediante prácticas que impiden su normal desarrollo y, por tanto, llevan a su degeneración. Ocurre cuando, por ejemplo, el alcalde de Chicago suspende reiteradamente votaciones de la corporación que preside cuando no le salen las cuentas, es decir, sospecha que la va a perder. Tom Kane se presenta así como un dictador implacable y violento y lo que es peor, revestido por el ropaje de una elección democrática, que gobierna su ciudad al borde de un estado de locura permanente. Espeluznante, pero muy recomendable.

Blackout es una miniserie de la BBC de tres episodios que está protagonizada por Christopher Eccleston, el famoso Doctor Who. Narra la historia de un concejal alcohólico y drogadicto que, tras el apagón propio de una noche farra salvaje, se despierta con la conciencia de haber intentado asesinar a un empresario que le ha corrompido. Por rocambolescas circunstancias, el concejal tiene la oportunidad de convertirse en alcalde y, pese a que en su conciencia pesa la agresión que mantiene al empresario en coma, acepta el cargo. Así, Blackout me sirve para ilustrar esa otra clase clase de corrupción que se da tanto en la actividad política y que consiste en poner al lobo a cuidar de las ovejas. O sea, en invadir, manipular e invalidar los mecanismos de control de la clase política.

Por último tengo que citar The Killing, la versión estadounidense de la serie danesa Forbrydelsen, un éxito más, está vez en formato televisivo, de esa especie de furor nórdico que se está dando en la literatura. En The Killing, cuya trama es fundamentalmente policiaca, el punto de vista que me interesa resaltar es cómo una falsa acusación de corrupción orquestada por el adversario puede destrozar una carrera política. En este caso la de un aspirante a la Alcaldía cuya prometedora carrera electoral se cruza con la sospecha de que está involucrado en el asesinato de una joven.

Las series citadas son irregulares en cuanto a su calidad, pero todas ellas ilustran como la política y  su secuela más dañina, la corrupción, es un tema recurrente en la nueva hornada de seriales televisivos. Y como el cine, aún con excepciones, permanece al margen. ¿Motivo? Presumiblemente, asuntos tan escabrosos y tan perseguidos por el ciudadano comprometido como los que aquí se aluden no tendrían pegada en el público, más conservador y menos comprometido, de los grandes circuitos comerciales del cine.

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