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El pasado es obstinado:‘22/11/63’. Por Eduardo García Rojas

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El pasado es obstinado por el mismo motivo por el que el caparazón de una tortuga es resistente:

porque la carne viva de dentro es tierna y está indefensa.” (22/11/63, Stephen King)

 

Me gustan las historias sobre viajes en el tiempo.

Más que gustarme, me fascinan las historias sobre viajes en el tiempo.

Me pasó con Cuento de Navidad, de Charles Dickens, con La máquina del tiempo, de H. G. Wells, con Un yanqui en la corte del rey Arturo, de Mark Twain; con los numerosos relatos que Ray Bradbury y Fredric Brown dedicaron a este mismo asunto así como con las novelas en Algún lugar del tiempo, de Richard Matheson y Ahora y siempre, de Jack Finney, entre otras muchas en las que sus protagonistas viajaban indistintamente al pasado o al futuro.

La última historia de Stephen King explora también las posibilidades del viaje en el tiempo en su 22/11/63, una voluminosa aventura –consta de casi novecientas páginas– en la que el escritor propone un entretenido y ambicioso trabajo que, en líneas generales, podría resumirse como: el viaje en el tiempo que emprende su protagonista, Jacob Jake Epping, para impedir que Lee Harvey Oswald apriete el gatillo del fusil que acabó con la vida del trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, en la calle Elm, Dallas.

Un aviso para los que gustan de teorías de la conspiración, Stephen King es de los que piensan que detrás del atentado no hubo maniobras oscuras. Que el único responsable de la tragedia fue Lee Harvey Oswald. La misma conclusión a la que llegó el escritor y periodista Norman Mailer, al que King cita en las primeras páginas de su 22/11/63: “A nuestra razón le es virtualmente imposible asimilar que un hombrecillo solitario derrumbara a un gigante en medio de sus limusinas, de sus legiones, de su muchedumbre, de su seguridad. Si una persona tan insignificante destruyó al líder de la nación más poderosa del planeta, entonces nos hallamos sumidos en un mundo de desproporciones, y el universo en que vivimos es absurdo.”

Stephen King va un poco más lejos en el Epílogo de su novela al explicar: “Al principio de la novela, el amigo de Jack Epping, Al, plantea la probabilidad de que Oswald fuera el único tirador en un noventa y cinco por ciento. Después de leer una pila de libros y artículos sobre el tema casi tan alta como yo, la situaría en un noventa y ocho por ciento, quizá incluso en un noventa y nueve. Porque todas las crónicas, incluidas las escritas por teóricos de la conspiración, cuentan la misma historia americana básica: he aquí a un peligroso canijo sediento de fama que se encontró en el lugar adecuado para tener suerte. ¿Qué había muy pocas probabilidades de que pasara tal y como sucedió?  Sí. También las hay de ganar la lotería, pero alguien la gana todos los días.”

Sin embargo, y con independencia de si fuera o no Oswald el único autor del magnicidio, 22/11/63 es un libro que va más allá de su carácter histórico, o de su pretensión por cambiar la Historia. También, un título que pone de manifiesto la asombrosa capacidad de entretenimiento del escritor, un escritor que ha terminado por convertir su nombre en una marca dentro del océano de la literatura best seller permaneciendo honesto consigo mismo. Es decir, que no se ha dejado seducir por el mercado porque lo que escribe vende.

Cualquier libro de King tiene la firma de Stephen King porque su escritura tiene sello. Sus temas, además, suelen ser constantes aunque observados bajo otro punto de vista. En cuanto a sus personajes son algo así como versiones –en algunos casos mejorados– de otras novelas del mismo autor.

En 22/11/63 se permite, no obstante, un cambio fundamental en lo que son sus novelas largas. El escritor de títulos como Carrie, La hora del vampiro, Duma Key o La cúpula, deja la tercera persona y recurre en su lugar a la primera para contarnos su relato.

Este recurso narrativo deja las manos libres al escritor para narrar la historia a través de los ojos de su protagonista. Un buen hombre al que el destino le da la oportunidad de cambiar el pasado aunque el pasado, reitera King a lo largo de sus casi novecientas páginas, siempre es obstinado.

22/11/63 son muchas novelas dentro de una sola novela. Y está estructurada en tres grandes actos: Jacob Jake Epping viaja al pasado/Epping, que cambia su nombre por el de George Amberson, resuelve una serie de subtramas violentas que acontecen entre 1958 a 1962 y, finalmente, concluir en la histórica fecha que da título a la novela.

Hay un cuarto acto más, clave para entender lo que King ha querido contarnos, pero la discreción me invita a que no dé más información sobre el mismo.

Más allá del evitar el asesinato del presidente Kennedy, y del documentadísimo seguimiento que King hace a través de Epping/Amberson de Lee Harvey Oswald los meses antes del atentado, 22/11/63 es también una novela romántica en el sentido más acusado de la palabra. Más en la línea de Algún lugar en el tiempo, de Matheson, que del Ahora y siempre, de Finney, autor éste a quien confiesa iba a dedicarle este volumen que nos presenta a un escritor que continuamente sabe renovarse y que no ha perdido la capacidad para captar la atención del lector.

En este aspecto, créanme si les digo que sus casi novecientas páginas se leen como si nada. Que cada nuevo capítulo invita a continuar con el siguiente. Que te emociona y que te hace reflexionar.

Su galería de secundarios, amplísima, está formada por buena y mala gente. Gente a la que pareces que reconoces por algunos de sus rasgos y con los que sueles tropezarte en la calle.

Construida, ya dijimos, como un relato en primera persona, se podrá estar en ocasiones del lado de su protagonista pero también, en otros, en su contra. Y ese latido, permítanme que lo califique de humano, es lo que dota de más sustancia a esta larga y ambiciosa novela.

Resuelto la mayoría de los cabos, algunos bien es verdad que con nudos muy ligeros, 22/11/63 termina como solo una novela con las dimensiones épicas como ésta merece terminar.

Es un final que resulta agridulce, sí, pero también hermoso. De una insólita belleza porque, ya saben, el pasado es obstinado. Tan obstinado que se rebela cuando algo o alguien quiere alterar su dibujo.

He dejado para el final uno de los elementos fundamentales en toda novela sobre viajes en el tiempo que se precie: la máquina, el artilugio que transporta al protagonista al pasado o al futuro.

Stephen King resuelve este asunto con imaginativa sencillez. En la despensa del bar que dirige su amigo Al hay una puerta invisible que te conduce a un pasado que siempre se reinicia con cada nuevo trayecto.

Jake Epping lo conoce como la madriguera del conejo.

Novela que no renuncia a los elementos fantásticos como el ya expuesto, esa madriguera de conejo, 22/11/63 cuenta también con misteriosos hombres que llevan tarjetas cuyos colores varían en la cinta de su sombrero así como guiños con otras historias firmadas por Stephen King como It.

Durante su estancia en el pueblo ficticio de Derry a finales de los años cincuenta, un asesino vestido de payaso está asesinando a adolescentes… Este es un recurso que el escritor de Maine emplea con bastante frecuencia en la mayoría de sus libros, y resulta digámoslo así, una grata sorpresa para quienes nos confesamos –y es que el pasado es muy obstinado– en ser sus lectores.

Saludos, el baile es vida, desde este lado del ordenador.

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